CRÓNICA POLÍTICA
Estrellas Michelin con un caos de cocina
periodista
Si España fuera un restaurante abierto a Europa y al mundo, se llevaría algunas estrellas Michelin. Pero cualquier visita a su cocina desvelaría un desbarajuste monumental, como en el camarote de los Hermanos Marx.Estrellas Michelin se lleva España algunas, y merecidas, con la elección de Nadia Calviño, hasta ahora vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Economía, como nueva presidenta del Banco Europeo de Inversiones. Potentísimo e influyente organismo. No hay medalla, pero sí reconocimiento en Europa y en el mundo hacia Teresa Ribera, también vicepresidenta y ministra de Transición Ecológica. Sus intervenciones en la COP28 son destacadas por la prensa extranjera, más que por la nacional. En Italia, por ejemplo, una comparativa entre Ribera y el ministro homólogo lo deja bastante mal parado, incluido en el conocimiento de idiomas.Y por más que la campaña interna en contra erosione, el reconocimiento internacional hacia el presidente Pedro Sánchez es evidente. Su coraje al condenar los ataques de Hamás pero también los excesos israelíes, delante del mismísimo Netanyahu, parecieron una temeridad; pero otros países se han alineado en la posición. Bélgica, desde el primer momento.Pero detrás de las trabajadas estrellas Michelin, hay una cocina muy amplia, compleja, desordenada y hecha unos zorros. La política interior española pasa por mal momento. Se ha formado gobierno, pero cuatro meses después de las elecciones. Su precariedad era muy alta al votarse, pero tres semanas después está peor. La fractura en la plataforma Sumar, con la salida de los cinco diputados de Podemos, abre un nuevo chiringuito parlamentario con el que resulta imprescindible negociar para aprobar leyes. Si estará apurada la situación, que casi todos los ministros han ido renunciando a su acta parlamentaria para que corra la lista y alguien asegure el voto, no vayan a perderse votaciones por un viaje. Sólo quedan Sánchez y algunos imprescindibles más. En medio del galimatías de la cocina interna española, donde la derecha no se aviene a negociar nada, ni siquiera en los capítulos en que incumple la Constitución, como la renovación del Consejo del Poder Judicial, destaca la felicidad de los nuevos ricos del caos: a saber, Pablo Iglesias y Carles Puigdemont. Vidas en cierto modo paralelas. Periodistas de profesión, o afición, ambos. Jefes de un puñado de diputados. Ninguno de ellos ocupa escaño. Habilidosos en poner trampas a la gobernabilidad y maestros en la teatralización de sus decisiones. Carles Puigdemont dirige el teatrillo de Ginebra donde el PSOE –“fíjate que acude el partido pero no el Gobierno, como pretendía el prófugo”, alegan en privado dirigentes socialistas para rebajar el ridículo de la situación– no tiene más remedio que atender la exigencia bajo amenaza de incendio en la cocina parlamentaria. Pablo Iglesias, con la salida de sus diputados del grupo Sumar, recupera voz propia. Enfurecido con Yolanda Díaz porque no colocó a su mujer, Irene Montero, como ministra, tiene ahora, como Puigdemont, otra llave del gas en la cocina. Cualquiera de los dos corta el suministro y la mayoría parlamentaria muere de frío. Qué más da si esa decisión ha acarreado bajas importantes de lo poco que queda en Podemos –el coordinador general de Madrid, o la diputada Jéssica Albiach en Cataluña– si Iglesias ha recuperado la megafonía directa de órdenes en el almacén parlamentario sin pasar por Yolanda. “Señorita Belarra, acuda a planta de complementos. Que se van a enterar.” ¡Qué pena de país, capaz de conseguir tanto reconocimiento internacional y tan incapaz de racionalizar la política interna! Menos mal que la sociedad civil tiene vida propia.