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Desde aquel agosto de 1990 en que Sadam Husein invadió Kuwait, nunca un verano había sido tan profundamente transformador de personajes y situaciones. La lista es interminable: Donald Trump, Kamala Harris, Biden, Zelensky, Putin, Maduro, Macron, Giorgia Meloni… y hasta Puigdemont.Empecemos por aquí: el expresidente catalán fugado a Bruselas (por dos veces, de momento) entró en el verano como político y sale, según definición del influyente diario italiano Corriere della sera, como un habilidoso ilusionista. O sea, un mago del espectáculo. Su última fuga, ante la mirada (con los ojos cerrados) de la policía autonómica catalana, la dirigía, según se aprecia en la grabación, el abogado Gonzalo Boye. Es un chileno que pasó tres años en la cárcel por colaborar con la organización terrorista ETA y actual defensor de narcotraficantes gallegos. Qué pena que no tengamos con nosotros a Manuel Vázquez Montalbán porque su detective, Pepe Carvalho, hubiera enmendado la plana a policías y agentes secretos ante tamaño desatino. Pero fíjense en Donald Trump, que empezó el estío como favorito en las elecciones americanas del 5 de noviembre y está peleando los votos muy apurado ante el ascenso de Kamala Harris, una candidata revelación que ha decidido “hacer de mujer y no de hombre”, como fue la opción de su antecesora Hillary Clinton. Se recreaba llamando viejo a Biden y ahora le saca veinte años a su contrincante.O Zelensky, que intuyendo que el final de la guerra ya no puede estar muy lejos, se decidió a pasar de invadido a invasor y mandó unas columnas de soldados a tomar la provincia rusa de Kursk. Durará lo que dure, pero cambió su rol; y también el de Putin, que comenzó exhibiendo su arrogancia habitual y sale del verano humillado porque su poderoso ejército deja huecos inmensos por los que se cuela con facilidad el enemigo.El verano ha servido también para resucitar, en parte, al presidente francés Macron, arrollado en las urnas europeas por la extrema derecha de Le Pen, el 9 de junio, pero con opciones ahora de formar gobierno por la reacción antifascista de los franceses. Macron cabalga ufano sobre el éxito de la organización de los Juegos Olímpicos en París, mérito sobre todo de su alcaldesa, la española Anne Hidalgo. Como Giorgia Meloni, primera ministra disgustada por el aislamiento que le aplican en la Unión Europea, pero orgullosa de las cuarenta medallas olímpicas de los atletas italianos.Y qué decir de Maduro, el dictador venezolano, de antes y de ahora. La diferencia es que su aislamiento internacional se ha disparado porque nadie cree que ganara las elecciones. Solo escondió las actas y aumentó la represión. Dado que casi toda familia gallega tiene un familiar en Venezuela, o en Argentina, lo que cuentan es que sus allegados no se atreven ahora a escribir WhatsApps, ni a referirse por teléfono a la espiral represiva que les azota. Venezuela sale aún más atemorizada de las elecciones. Estados Unidos ofrece a Maduro amnistía a cambio de que deje el poder; pero ni él ni sus generales, bien engrasados por el dinero del narcotráfico, lo aceptan. Entretanto en España, Pedro Sánchez sufre para serenar el malestar autonómico por el nuevo pacto con Esquerra Republicana, que ha permitido que el socialista Salvador Illa sea presidente de la Generalitat. Por fin los catalanes tendrán un gobierno, supuestamente, eficaz, y no una opereta como con Puigdemont y con Torra. Difícil tarea. Por cierto, ¿se sabe algo de Zapatero?

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