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La semana ha tenido tres nombres propios: Andrés Iniesta, que se retira con cuarenta años y por él “jugaría al fútbol hasta los noventa”; Rafa Nadal, que anuncia el fin de su carrera en el tenis porque ya no puede romperse más. Y el exministro socialista José Luis Ábalos que no se retira, ni se rompe, y que seguiría en su escaño del Grupo Mixto refugiado hasta los noventa años, si no fuera porque hay elecciones cada cuatro.Menuda semana, pórtico de un curso político que se presume en llamas. Por las investigaciones de la Guardia Civil que ha colocado al exministro al borde de la imputación. Por el impacto que han causado en las filas socialistas las revelaciones de algunos manejos del entorno de Ábalos. De momento, el empresario amigo, Aldama, ya está en prisión, a cuenta de otro sumario. El Gobierno exhibe la sangre fría que tiene en Pedro Sánchez un caso de estudio clínico. “Preocupación cero”, es la consigna monclovita que desespera a la oposición.“Lo que está claro –admitía un diputado socialista– es que Pedro no es un caprichoso, frío, que cesa a la gente como quien se toma una caña. Eso creí yo, y muchos, cuando liquidó a Ábalos”. Ábalos era demasiado en el partido y había sido el motor de la movilización que llevó en hombros por toda España a Sánchez, el secretario general defenestrado, hasta reponerlo en su sitio. Por eso su cese fulminante no se entendió entonces. A Carmen Calvo y a Iván Redondo no los lloraron porque eran personajes secundarios, aunque ellos se creyeran otra cosa. Ábalos era parte de la espina dorsal del partido. Un eurodiputado, entonces, no encontró más explicación que esta: “A València diuen que és molt fester”. ¿Muy fiestero? Poco es eso para cesarlo fulminantemente. Pero menuda fiesta se va descubriendo. Ahora ya cuadra. El temor es que si esto no se conocía, a ver qué más hay por ahí. De momento, Sánchez ha adelantado que “no habrá impunidad”.Será un curso español muy tenso en el marco internacional más incierto. El cinco de noviembre sabremos el resultado americano y el mundo será de una manera u otra, según entre en la Casa Blanca, Donald Trump o Kamala Harris. Y las guerras que nos asolan, especialmente la de Ucrania y la de Gaza, que ya es también del Líbano, se apagarán con el botín buscado: redibujar los mapas territoriales. El coste humano, económico y militar habrá sido devastador.Seguramente no estamos en puertas de una tercera guerra mundial, como ha advertido Miguel Ángel Moratinos, exministro español de Exteriores y experto en Oriente Medio. Pero el peligro es máximo.Y la prospección de los votos estadounidenses nada fiable. Entre encuesta y encuesta, ha reaparecido Allan Lichtman, el gurú electoral que lleva diez elecciones –o sea cuarenta años– sin equivocarse ni una vez. En 2016 mantuvo que ganaba Trump, incluso en sus días más bajos con aquella filtración de que “si eres popular, las mujeres se dejan agarrar hasta por sus partes”. Y ganó. Su método se basa en estudiar “once llaves” para la Casa Blanca. Con seis o más, decide el ganador. Llaves como “si la economía ha entrado en recesión”. Quizás entre pronto, pero aún no. “Si ha habido una derrota militar humillante” o “un movimiento social con desórdenes en las calles”. No ha sucedido. Este profesor universitario da a Kamala como Presidenta. Quizás por eso arrecian los insultos de Trump. Incertidumbre total.

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