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En la Galicia de finales del siglo XX había una frase determinante, inapelable, en la política conservadora que resolvía cualquier debate: “Lo que diga don Manuel”. Y listos. Don Manuel Fraga Iribarne, fundador del Partido Popular, era el presidente invencible que ponía en marcha una obra pública, o liquidaba su proyecto, solo con una frase.

Actuaba en realidad como un gran alcalde de Galicia, con pequeñas islas de supervivencia socialista o nacionalista. Era la versión ilustrada del caciquismo con sentido de Estado, o eso al menos creía él. Austero y honesto, aunque toleraba que parte de sus equipos no lo fueran; no pocos se enriquecieron, pero casi nadie fue perseguido judicialmente.Hoy en el mundo, en casi todos los países, la frase determinante es muy parecida: “Lo que diga don Donaldo”. Donald Trump es tan rápido como Fraga sacando su revólver verbal. En un tuit de madrugada puede cesar a un cargo importante, abandonar un organismo internacional tan fundamental como la Organización Mundial de la Salud, o atemorizar a toda una región del planeta. Ya saben los palestinos que los quiere errantes y fuera de su casa para impulsar allí una región vacacional que el mismo Trump bautizó como la “Riviera de Oriente Medio”. Pocos se atreven a plantarle cara. La mayoría se desgañita en vítores y aplausos atronadores. Y no solo la extrema derecha, que integra su guardia política en casi todos los países. Vean al presidente Gustavo Petro, ex guerrillero colombiano, felicitarlo por el cierre de la agencia USAID, que estaba sobredimensionada en funcionarios y atrancada en burocracias, cierto, pero que resultaba imprescindible para la ayuda a tantos países en desarrollo.Madrid acaba de ser escenario de la reunión de la extrema derecha europea con Santiago Abascal como sonriente anfitrión, aunque internamente tenga sarpullidos de descontentos en Vox. Brilló el primer ministro húngaro Víctor Orban, porque está en el poder y sus frases son desafiantes contra Europa. Prefiere pagar una multa de un millón de euros diarios, impuesta por la Unión, que abrir sus fronteras a la inmigración. Con ellos Marie Le Pen, futura presidenta de Francia, si Dios no lo remedia, que se mueve ya con ese aire; el vicepresidente italiano y líder de la Liga, Matteo Salvini, que solo tiene la mancha de haberse fotografiado con la estelada, la bandera independentista catalana (en realidad él propone una Italia del norte supremacista) y con camisetas de apoyo a Putin. En la reunión estaba Geet Wilders que ganó las elecciones en Países Bajos pero no gobierna aún, y representantes de otros países. El Chega portugués dio la nota de nuevo porque, horas antes de la reunión en Madrid, uno de sus diputados, Nuno Pardal, fue acusado de corrupción de menores, cuando él defiende castración química para los violadores. Quince días atrás otro diputado del Chega había sido detenido por robar maletas en las cintas de los aeropuertos. Brillante representación.Solo faltó Donald Trump, pero no su pensamiento que iluminó, cual Espíritu Santo, la reunión. Ni estuvo Elon Musk, su profeta en la tierra, que en cualquier momento descenderá de los cielos tecnológicos en los que habita y hace negocio, como ya lo ha hecho en la campaña electoral alemana. El resultado de las urnas en Alemania el próximo 23 de febrero puede marcar el camino de un desastre. Y no solo para Alemania, como han advertido conjuntamente los líderes de Siemens, Mercedes y Deutsche Bank. También para la Unión Europea a la que Pedro Sánchez reclama más inversión y menos resignación. Tiempos difíciles.

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