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Cine, gatos y caracoles
Emilio Mayorga
Corresponsal a Catalunya de ‘variety’
Membre del jurat de la Mostra de Cinema Llatinoamericà de Catalunya, periodista cultural, premi Ángel Fernández Santos de l’any 2015
Estábamos en una sobremesa en Lleida con el jurado, algunos directores y actores de las películas en competición y periodistas e invitados varios a la Mostra. Alguien me pregunta: “Irás a la película de las cuatro, ¿no?”. Yo estaba tardando en contestar. “Has de ir, que tenemos a un miembro del equipo [de la Mostra] en el casting”, me aclaró otra persona con rara seriedad. Asentí un poco perdido y acompañé a todos a ver la película en cuestión.
La película era Trelew (2004), de la argentina Mariana Arruti, un documental que describía con áspero naturalismo los incidentes de la masacre que tuvo lugar en Trelew (Patagonia austral) en 1972 y donde fueron asesinados 16 miembros de organizaciones opuestas al régimen militar presos en el penal de Rawson.
Al terrible episodio le sucedería otro igual o más pavoroso aún dos años más tarde. Una de las víctimas de la masacre de Trelew pertenecía a una familia formada por un matrimonio catalán que, con sus tres hijos, había huido de la dictadura franquista en 1953 para establecerse en Argentina. El matrimonio luchó para que se hiciera justicia a su hijo asesinado. Y la Triple A respondió. Lo hizo asaltando el domicilio familiar y asesinando a gran parte de la familia que allí se encontraba. Solo sobrevivió un niño pequeño que, escondido, había contemplado toda la escena.
Pues bien, una de las hijas nacidas en Argentina del matrimonio catalán emigrado era la “protagonista” involuntaria de aquel día en la Mostra. Ella no se encontraba en el lugar de los hechos aquel día. Ahora formaba parte del equipo de organización de la Mostra. Había regresado a España, siendo una más de un grupo muy nutrido de latinoamericanos (mayoritariamente argentinos) que se habían instalado en Lleida. A este grupo también pertenecía Osvaldo Francia, Presidente del Centro Latinoamericano de Lleida y miembro del Comité de Honor de la Mostra.
Cuento este episodio porque me emocioné de manera imborrable en la salida del cine cuando fueron muchos los que nos acercamos a saludarla y expresarle afecto. Y también porque en pocos eventos parecidos he tenido la sensación de asistir a tantas historias yendo de la pantalla a la realidad y viceversa.
La Mostra ha sido durante sus 25 años un festival de proximidad, amistad, de emociones y encuentros especiales. Y el mérito es doble tratándose de un evento en el que gran parte de los invitados vienen de la otra parte del Atlántico. Llegaban invitados y se marchaban amigos, dijo en su momento David Trueba, otro de los amigos de esta Mostra. Cenizas del paraíso (Marcelo Piñeyro), Esperando al Mesías (Daniel Burman), En la puta vida (Beatriz Flores Silva), No mires para abajo (Eliseo Subiela), Desierto Adentro (Rodrigo Pla), Nueve reinas (Fabian Belinsky), Abrígate (Ramón Costafreda), La delgada línea amarilla (Celso García) y El estudiante (Santiago Mitre), entre otras muchas, son algunas películas que recibieron premios en Lleida, siendo muchas de ellas clave en la historia del reciente cine latinoamericano.
El cine que se ha visto en la Mostra constituye un tesoro que este certamen –dirigido siempre con absoluta entrega y singular humor por Juan Ferrer– nos ha ofrecido a todos, en especial a Cataluña y a Lleida en particular. Son películas todas ellas arraigadas en la extraña condición humana y que no siempre acceden a circuitos comerciales para su disfrute. Y cuando lo hacen, es en la mayor parte de las veces tarde y de forma restringida.
Solo puedo agradecer que la Mostra me haya contado entre sus amigos todos estos años. Tuve la gran satisfacción de recibir un premio en el festival y de participar como jurado. Conocí allí a los que se han convertido en algunos de mis mejores amigos y tengo recuerdos intercalados con imágenes fijas de las inconmensurables llaunas de caracoles que despachamos. Recuerdos de historias de las películas y las que escuché en comidas memorables o en paseos por las viñas lleidatanas. Historias como la de una querida amiga periodista (que había trabajado en Colombia al lado de un joven reportero llamado Gabriel García Márquez), que estuvo destacada en Irán y que con el derrocamiento del Shah tuvo que salir del país con un nuevo compañero, un gato de la familia real, a petición de una persona del palacio.
Historias, amigos, gatos y caracoles. Me lo llevo todo en la memoria.
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