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Los resultados de las elecciones celebradas ayer en Galicia y Euskadi no aportaron demasiadas sorpresas en cuanto a ganadores y perdedores puesto que, por una vez, los sondeos previos se acercaron a lo que finalmente dijeron las urnas. Los claros vencedores fueron Alberto Núñez Feijóo, en la primera y de forma más que destacada, ya que el líder del PP revalidó con el mismo número de escaños (41) su cómoda mayoría absoluta y con más porcentaje de votos; e Iñigo Urkullu en el País Vasco, que volvió a ser la fuerza más apoyada y ganó dos diputados hasta llegar a los 29, aunque en su caso se verá obligado a pactar de nuevo para gobernar. También se cumplieron los vaticinios en la otra cara de la moneda, la de los perdedores. Los socialistas pasaron de 18 a 14 escaños en Galicia, dejando el segundo puesto a En Marea, mientras que el PSE quedó relegado a la cuarta posición quedándose solo con siete representantes, superado tanto por Bildu como por Podemos. Y peor resultado tuvo Ciudadanos, que no logró ningún escaño en las dos convocatorias.

Pero el escrutinio no solo era importante para ambas comunidades, sino que puede marcar la reactivación de la política española después de meses de parálisis y con la amenaza en ciernes de unas terceras elecciones. Por un lado el PP sale notablemente reforzado, aunque el auge indiscutible de Núñez Feijóo pueda convertirse en una losa para el futuro de Mariano Rajoy, mientras que el liderazgo de Pedro Sánchez en el PSOE resulta seriamente debilitado, y más cuando tiene la cada vez más evidente presión de los críticos, que optan por una abstención para dejar formar gobierno y evitar así unos terceros comicios. Y lo peor para la actual dirección del PSOE es que cualquiera de las dos opciones (permitir la reválida de Rajoy o bien no impedir nuevas elecciones) le supondrá un desgaste y graves consecuencias, tanto internas como entre sus electores. De todas formas, lo que queda claro es que tanto ganadores y perdedores tienen ahora la obligación de ponerse a trabajar e intentar poner en marcha de nuevo la actividad política a nivel español porque lo que no es de recibo es la parálisis de casi 300 días sin gobierno, tanto por las repercusiones económicas y sociales que conlleva, como por la mala imagen a nivel internacional que esto comporta.

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