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Nadie esperaba que ganara Trump, ni estaba previsto por las encuestas, ni lo daban como posible los expertos, y hasta los mercados habían subido con los últimos sondeos, que auguraban la victoria de Hillary. La madrugada electoral obligó a cambiar esquemas, rectificar pronósticos y confirmar primero que la prospectiva electoral está de baja tras un nuevo fracaso que se suma a los del fallido “sorpasso” en España, al Brexit y hasta al referéndum de Colombia, y después que en Europa seguimos sin enterarnos de lo que se cuece en la América profunda y que una cosa es hablar de Nueva York o Los Angeles, y otra muy diferente saber qué piensan o votan en Ohio o en Arkansas. Todo apuntaba a que por primera vez en la historia, Estados Unidos tendría una mujer al frente de la Casa Blanca y además estábamos ante una persona excepcionalmente preparada con una hoja de servicios brillante como abogada, esposa del presidente, senadora y hasta secretaria de Estado, que contaba con el apoyo de Wall Street, el establishment político, el respaldo de Obama y hasta el empuje de los artistas progresistas y los liberales que estaban con Sanders. Enfrente, un millonario machista, xenófobo, populista, defensor de la supremacía blanca, que ni siquiera contaba con el apoyo del derechista Partido Republicano. Y resulta que ha ganado Trump, obteniendo menos votos que su rival y menos que sus dos antecesores en la carrera electoral, Mitt Romney y McCain, porque a Hillary no le han votado los suyos, ha perdido seis millones con respecto a los obtenidos por Obama en 2012 y diez respecto a 2008 y ha fracasado en los estados clave, Florida, Pensilvania, Carolina del Norte u Ohio. Los americanos han optado por un personaje que se ha acogido seis veces a las leyes de bancarrota, que se ha negado a informar sobre sus impuestos y que incluso advirtió que no aceptaría los resultados si perdía, pero que ha sabido decir a los electores lo que querían oír. No tiene programa y se ha contradicho en numerosas ocasiones, pero ha jugado la baza del populismo y le ha funcionado con el apoyo de algunas televisiones y los americanos sabrán lo que hacen. O podrán arrepentirse dentro de cuatro años. Pero el problema para los europeos es que su triunfo se convierta en moda, que se exporte su desprecio a las libertades, que su proteccionismo hunda la economía o que su demagogia se convierta en tendencia mundial. Por eso da miedo.

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