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Tras la muerte de Fidel Castro, ocho años después de abandonar el primer plano de la política cubana, toca valorar su papel en la historia de la que ya forma parte y juzgar si le absolverá, como dijo en su alegato al ser juzgado tras el asalto al cuartel de Moncada antes de Sierra Maestra y el triunfo de la revolución, o le condenará por ser el último tirano del siglo XX como se han apresurado a proclamarle desde Miami y la derecha populista especialmente crecida tras el triunfo de Trump. Le absolverán quienes han visto en Castro el símbolo de la transformación de un país que con Batista era el patio trasero de Estados Unidos, un nido de corrupción en el que las diferentes mafias imponían su ley, y que bajo su mandato se convirtió en el país delantero en sanidad y en educación de toda Latinoamérica, en un país que recuperó su orgullo nacional, que plantó cara al imperialismo norteamericano de la Guerra Fría con unos costes económicos y sociales de los que todavía no se ha recuperado, que se convirtió en modelo para el Tercer Mundo y que exportó su modelo revolucionario a toda América y parte de África. Por el contrario, le condenarán quienes han visto cómo se perseguían en la isla los derechos humanos y las libertades, quienes le reprocharon su deriva hacia el comunismo, aunque en su momento no le dejaran otra opción, o quienes consideran que su perpetuación en el poder sin evolución democrática ni transformación ha abocado a la isla a la pobreza y el aislamiento. El veredicto dependerá de las ópticas personales y de dónde quiera ponerse el acento en el medio siglo de castrismo, pero es evidente que no solo en la historia de Cuba, sino en la de toda Hispanoamérica, el triunfo de Castro y su revolución marcó un punto de inflexión en las esperanzas de transformar las sociedades y los países más pobres en las relaciones geopolíticas y hasta en las costumbres sociales o las modas culturales. Se hace más difícil el juicio porque el mismo Castro y su régimen evolucionaron desde el nacionalismo radical del Movimiento 26 de julio hasta convertirse prácticamente en el último comunista al frente de un gobierno y aunque es evidente que cometió muchos errores, como cualquier gobernante con tantos años en el poder y en unas circunstancias tan difíciles como el bloqueo y la amenaza permanente de EEUU, nadie podrá negarle el amor a su país y la voluntad de hacerlo más libre, más igual y más digno.

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