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Después de escuchar durante todo un año, con la resaca de dos elecciones, que había triunfado la nueva política, llegamos al cierre de este 2016 con los partidos representantes de la novedad, Ciudadanos y sobre todo Podemos, enfrascados en unas crisis que hasta ahora se consideraban exclusivas de lo que llamaban vieja política. La pugna en Podemos entre Iglesias y Errejón se parece como una gota de agua a las que han sufrido históricamente los socialistas desde la época de Prieto y Largo Caballero hasta la de Pedro Sánchez y Susana Díaz, pasando por la de González y Guerra, con la diferencia de que no se descabezaban a secretarios de organización o portavoces en la Asamblea de Madrid con la facilidad con que lo han hecho los que venían a renovar la casta política. Ayer, Iglesias pedía perdón por el espectáculo y hace bien, demostrando buen manejo de las redes sociales y del lenguaje audiovisual, pero su mensaje llegaba tras defenestrar al portavoz errejonista y comprobar que tras las votaciones sobre el reglamento de la futura asamblea necesita pactar con alguien para mantener su hegemonía. Algo muy parecido a lo que llevan haciendo los partidos de izquierda europeos en los últimos 50 años, desde el laborismo británico al eurocomunismo italiano. Por la derecha, la crisis de la supuesta nueva política llega con sordina pero es evidente que Rivera, y en Catalunya Arrimadas, han recibido críticas por la redefinición de su nuevo ideario, porque el protagonismo del partido no responde a las expectativas creadas, porque hay discrepancias sobre su papel en Catalunya e incluso porque se cuestionan los liderazgos. Algo muy parecido a lo que se puede inferir de la historia reciente del PP, que Aznar ha reactivado con su portazo e incluso a muchas de las dudas que suscita la conversión de CDC en PDeCat, por mucho que en este último caso la apuesta independentista se convierta en elemento catalizador y aplaque muchas de las posibles críticas a su transformación. En cualquier caso, lo significativo es que la supuesta irrupción de la nueva política, con nuevos partidos por la derecha y sobre todo por la izquierda, bendecida por las municipales y confirmada en las dos elecciones generales de los últimos doce meses, queda relativizada porque adolecen de vicios muy similares a los partidos ya existentes, que pueden aumentar a medida de que tengan más cuota de poder. Pensábamos que el cambio era diferente.

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