EDITORIAL
La selva de las redes
A la vista de algún comentario en las redes sociales sobre la muerte de los dos agentes rurales leridanos o sobre el fallecimiento de la modelo Bimba Bosé es obligado acordarse de las valoraciones de Umberto Eco, uno de los semiólogos más reconocidos y que ha marcado a muchas generaciones de periodistas, advirtiendo sobre la invasión de los idiotas. El italiano decía que “hasta ahora estos idiotas hablaban en el bar delante de un vaso de vino y eran silenciados rápidamente, pero con las redes sociales tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel” y que “el drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”. Nunca son buenas las generalizaciones pero a la vista de comentarios de Twitter justificando el holocausto, haciendo burla del crimen de Alcàsser, de la muerte de un torero o del homicidio de los agentes rurales en Aspa cabe deducir que el pensador italiano tiene razón y que se ha creado un instrumento peligroso si no se utiliza con sentido común. Y basta remitirse a hechos concretos para comprobar como no es el caso y como en base al supuesto anonimato, y la impunidad que teóricamente proporciona, se lanzan a las redes mensajes ofensivos, despectivos y hasta amenazantes como el que provocó la detención de un vecino de Blanes con relación al caso de los agentes rurales. Estamos ante un fenómeno relativamente nuevo que también genera una nueva casuística con repercusiones evidentes, valoraciones a veces contrapuestas como muestran algunas de las sentencias dictadas y responsabilidades por delimitar, pero habría que exigir a los mensajes difundidos por las redes las mismas exigencias que se hacen a los medios de comunicación: pedir una contrastación de hechos, reclamando principios de veracidad y en las opiniones respeto a los límites marcados por la misma Constitución que se refieren “al derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y la infancia”. Solo hay que darse un paseo por las redes para comprobar la facilidad con la que se trascienden los límites de la libertad de expresión y se puede insultar, despreciar o calumniar sin el mínimo respeto a quien entra en polémica y sin que se recuerde que la ley de servicios de la sociedad de la información obliga a los prestadores de servicios a facilitar los datos de quien emite el mensaje. Habrá que exigirlo para acabar con esta selva.