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Corremos el riesgo de que con el cambio climático se repita el cuento de Pedro y el lobo, que no hagamos caso de las advertencias del peligro y que cuando queramos actuar ya sea demasiado tarde. Los científicos llevan años advirtiendo del riesgo aportando datos y estadísticas, se han propiciado cumbres mundiales con resultados hasta ahora más bien limitados y objetivos incumplidos, pero quienes más pueden hacer, los gobernantes de los países más poderosos, se muestran escépticos en unos casos y en otros como el de Trump se alinean descaradamente con los lobbies más contaminantes e incluso les encargan la gestión industrial, comercial y del medio ambiente. El lunes se presentó en Barcelona el tercer informe sobre el cambio climático en Catalunya con participación de 140 expertos de universidades y centros de investigación y aportaron unas conclusiones preocupantes: la temperatura media ya ha subido 1,4 grados desde 1950 y subirá otro grado y medio hasta mediados de este siglo, habrá más olas de calor y además serán más mortíferas con una previsión de que las muertes por golpes de calor se multipliquen por ocho y lleguen a 2.500 en 2050 frente a las 300 actuales. El cambio también tendrá repercusiones en la agricultura, porque el agua será más escasa, y en el turismo porque las estaciones con más baja altitud no podrán garantizar nieve suficiente y los esquiadores tendrán que concentrarse en los complejos más elevados, pero está demostrado científicamente que subirá la temperatura, que habrá menos lluvias y serán más irregulares y cambiarán los ecosistemas. Estamos hablando de un problema global que también requerirá soluciones globales, pero todos podemos aportar nuestro grano de arena y exigir más control de la contaminación, de los gases invernadero, de las emisiones de CO2, promover usos racionales del agua que contribuyan a economizar un bien escaso y que obligarán a cambiar técnicas de cultivo y los usos agrícolas tradicionales y sobre todo reclamar a nuestros gobernantes que asuman estos compromisos y que sean conscientes de que nos estamos jugando el futuro del planeta, que no es una amenaza para crear miedo como aseguran algunos, sino un peligro real. Ya parece evidente que entregaremos a las siguientes generaciones un planeta más deteriorado del que recibimos, pero hagamos un esfuerzo para que los males no sean irreversibles.

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