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Las últimas elecciones y los sondeos posteriores muestran una sociedad catalana dividida más o menos por la mitad con pequeñas oscilaciones según las encuestas con un tercio de la población que no se considera involucrado. Después de las últimas elecciones, planteadas como plebiscitarias por quien las convocó, hubo dirigentes independentistas de todas las tendencias que reclamaron la necesidad de ensanchar la base, de conseguir más adeptos para que el proceso fuera irreversible en la línea de una estrategia planteada por Esquerra años antes de que el objetivo del independentismo era seducir para incorporar nuevos partidarios. Después, por cuestiones estratégicas o coyunturales, ha triunfado entre la coalición gobernante la tesis de que un voto más justifica la ruptura pese a los problemas de legalidad jurídica o social que se puedan plantear, pero el objetivo se ha centrado en intentar captar a los sectores independentistas de los “comuns” y en neutralizar el posible efecto Colau, sin que haya quedado claro si es adversaria o potencial aliada. En este bando se pueden criticar métodos y contenidos y hasta discrepar de algunas decisiones, pero se atisban gestos para superar la barrera del 50 por ciento de votos, pero es triste que desde el otro bando no haya más argumento que la amenaza, el escarmiento, el recurso a los tribunales o las advertencias para suspender la autonomía. Es preocupante porque de la respuesta de Madrid cabe interpretar que no son conscientes del descontento reinante en Catalunya por cuestiones que van desde una financiación injusta a las reticencias al reconocimiento de su identidad pasando por ataques a su cultura y su lengua o falta de inversión en sus infraestructuras. Es triste que los partidarios del encaje catalán en España se encastillen con sus apoyos, no reclamen actuaciones para seducir a los indecisos, para convencer con hechos a quienes no lo tienen claro, para demostrar a todos que puede haber marcos de convivencia más favorables, para reformar unas estructuras que ya no funcionan o para copiar si hace falta modelos de financiación que han solucionado problemas similares. La única estrategia del gobierno de Rajoy hasta ahora ha sido la del escarmiento, porque su oferta del diálogo se difuminó en horas, la de imponer su ley por encima de cualquier consideración y tal vez le esté reportando buenos resultados en España pero aquí perpetúa la división.

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