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El tejido empresarial español, y el de Lleida confirma la regla, se sustenta en la empresa familiar, y los datos son contundentes, porque pese al desembarco de multinacionales o franquicias, nueve de cada diez empresas que operan en nuestras comarcas son familiares, el 89 por ciento, aunque aporten cualitativamente menos, el 57 por ciento del Producto Interior Bruto, y sean las que más empleo crean, el 67 por ciento del generado por el sector privado. Pero es significativo que mientras casi la mitad de estas empresas sigue gestionada por la familia en la segunda generación, el 44 por ciento, la proporción baja espectacularmente, hasta el 7,4, en la tercera generación y queda en tasas residuales en la cuarta generación con solo un 2,6 por ciento de empresas que sigue gestionada por el mismo núcleo familiar. Es la confirmación estadística del viejo dicho de que el abuelo crea la empresa, el hijo la mantiene y el nieto la vende o la cierra y aunque cada caso es un mundo propio diferente, hay rasgos comunes que van desde la dificultad de encontrar relevo a las personas visionarias que han creado la empresa a las discrepancias o enfrentamientos entre sus sucesores, pasando por déficits en la profesionalización de la gestión o desconfianza hacia gestores independientes. Tampoco hay un tratamiento fiscal favorable para la empresa familiar y sus transmisiones y los protocolos sugeridos desde entidades como el Instituto de la Empresa Familiar que contemplan los requisitos para incorporar a las nuevas generaciones o la negociación de remuneraciones o la valoración de acciones y dividendos, no siempre se atienden y las diferencias acaban en luchas intestinas que acaban perjudicando a la sociedad, menoscabando su patrimonio y poniendo en peligro su futuro. Hemos visto como prósperas empresas familiares entran en crisis cuando falta su impulsor por problemas de sucesión y de gestión, mientras otras han sabido consolidar los relevos y potenciar su expansión. No hay recetas mágicas porque depende de cada caso y de cada personalidad y es evidente que los primeros interesados en mantener el modelo de negocio son los mismos propietarios, pero también conviene valorar que la empresa familiar es clave en la economía, tanto por su implantación como por su tamaño, con la ventaja añadida de que está enraizada y no hay riesgo de deslocalización. Una sucesión consensuada es garantía de futuro para la empresa.

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