EDITORIAL
Un récord alarmante
Los últimos datos publicados por el Consejo General del Poder Judicial sobre violencia de género son especialmente alarmantes ya que constatan que, en el caso de Lleida, se registraron en 2016 un total de 1.048 denuncias de mujeres que habían sido agredidas por sus parejas o exparejas, lo que se traduce en prácticamente tres por día. Estas cifras suponen que han aumentado un 16% con respecto al año anterior y regresan a unos índices que no se alcanzaban desde 2009, cuando también se sobrepasó el millar de denuncias. Uno de los aspectos positivos que arrojan estos datos oficiales es que se ha registrado un descenso del número de víctimas que optan por renunciar al proceso judicial contra sus agresores. En este sentido, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género sigue recordando la importancia, ante cualquier atisbo de agresión, de presentar denuncia, ya sea por parte de la mujer o de su entorno familiar y social ya que esto significa que al acusado le constarán antecedentes y, si reincide en sus ataques, las penas que se le impongan pueden ser más severas.
Y es que llegados al punto de que esta problemática ha alcanzado unos límites totalmente inhumanos (solo hace falta recordar que en lo que llevamos de año han sido asesinadas al menos 16 mujeres, el peor registro de la última década), la tolerancia tiene que ser realmente cero. Y ya no solo en cuanto a agresiones físicas, que por supuesto son execrables, sino a la hora de exigir respeto a más de la mitad de población mundial, que es lo que supone el género femenino. Ayer mismo teníamos algunos ejemplos de cómo se puede vilipendiar los derechos más básicos y que deben ser penados con el máximo castigo que permita la ley. Por un lado, descubríamos que había sido desmantelada en Andalucía una organización criminal que ofrecía servicios sexuales, entre ellos la pérdida de la virginidad de una menor pagando 5.000 euros; y por otro, que un exjuez canadiense, cuando aún ejercía, preguntó a una víctima de violación por qué no mantuvo las piernas cerradas para evitar el abuso. Ante actitudes así, insistimos: tolerancia cero y denunciar cualquier atisbo de agresión. La otra cara de la moneda tendría que ser endurecer las penas para atajar de una vez esta sangría intolerable.