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La consellera de Agricultura, Meritxell Serret, anunció el viernes en la Fira de Sant Josep de Mollerusa que unos 1.300 jóvenes se han incorporado al sector agrario durante los dos últimos años, mientras que en el periodo del 2007 al 2013 la cifra fue de 1.600. Añadía que cada vez son más jóvenes y más formados los profesionales de la agroalimentación, y en este sentido citaba que en las escuelas agrarias de Catalunya se están formando más de 13.000 alumnos. Ciertamente son unos datos esperanzadores para un sector que en los últimos años ha visto cómo se elevaba su media de edad y que la falta de nuevas incorporaciones ponía en peligro el relevo generacional en el campo. Son cifras importantes a pesar de que se producen en un periodo de tiempo marcado por la crisis general en la industria y otros sectores productivos, que ha ayudado a que se registrara este flujo, al igual que cuando iban boyantes se dotaron de mano de obra procedente del campo que buscaba unas condiciones menos duras de vida. Pero más importante que estas cifras es que estas jóvenes nuevas incorporaciones puedan asentarse en sus explotaciones, es decir, que su trabajo les llegue a ser rentable o de lo contrario estaremos ante una situación coyuntural que no vendrá a resolver las expectativas de futuro del sector.

La Marxa Pagesa sobre Barcelona de finales de enero organizada por Unió de Pagesos puso énfasis en denunciar que el número de agricultores en Catalunya se había reducido a la mitad en las últimas dos décadas, pasando de 50.938 a los poco más de 26.000 que había el pasado año, mientras que en Lleida han bajado de 18.000 a 11.000. Además, señalaba que la renta agraria había caído un 39% en términos constantes entre 2001 y 2015, y que los precios bajan, se mantienen igual o apenas suben para la mayoría de los productos, mientras que los costes de producción no paran de subir lo que se traduce en márgenes de beneficio mínimos e incluso negativos. Se trata de un panorama nada propicio para que los nuevos agricultores puedan continuar con sus explotaciones, a menos de que las administraciones apliquen medidas inmediatas para revertir esta situación. De lo contrario, parece difícil que se consolide un relevo generacional en las explotaciones familiares.

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