EDITORIAL
La obligación de defendernos
Hace un año fue Bruselas, ahora ha sido Londres, que ya padeció la oleada terrorista en 2005 con tres atentados que provocaron 56 muertos y 700 heridos, y en el mismo mapa del terror también figuran con cruces negras Madrid, París o Niza, con la triste seguridad de que cualquier ciudad occidental puede convertirse en el objetivo de estos nuevos lobos solitarios o de alguna de las células yihadistas que pueden actuar bajo el amparo antes de Al Qaeda o ahora de Estado Islámico, que fue quien reivindicó el atentado de Londres del miércoles. La evidencia demuestra que es relativamente fácil provocar un atentado e incluso una masacre y tenemos un amplio abanico de barbaridades: desde los terroristas suicidas cargados de explosivos a quien coge un camión y atropella multitudes en días señalados, pasando por quien empieza a disparar indiscriminadamente o apuñala a quien le sale al paso. Provocar el mal es fácil y aunque parezca batalla perdida convencer a estos fanáticos de que con la violencia solo consiguen multiplicar el mal y el dolor y que hacen pagar a justos por pecadores, habrá que mantener como objetivo deseable explicar las ventajas de una sociedad tolerante, respetuosa con los derechos de todos, incluidas las minorías, y que busca solucionar sus diferencias con diálogo y no con la violencia. Es lo que diferencia a las democracias de las dictaduras, sean políticas o religiosas, pero también habrá que ser conscientes de que este “buenismo” conceptual no es argumento suficiente para disuadir a los terroristas fanatizados y entonces también se convierte en derecho y obligación para todos los ciudadanos la defensa ante los posibles ataques terroristas. Es complicado porque siempre es más fácil destruir que construir, pero las sociedades democráticas tienen que defenderse ante estos ataques y los ciudadanos tenemos que asumir que estamos en una situación de conflicto, no con el islamismo, sino con unos sectores radicalizados que han declarado la guerra a los países y a la cultura occidental. No se trata de desatar ninguna psicosis, ni de renunciar a algunas libertades en aras de la seguridad, pero sí de asumir molestias y sacrificios en defensa propia y de nuestros sistemas democráticos y también de reclamar actuaciones concretas en materia diplomática, de control de armamento o de solidaridad internacional para erradicar el terrorismo y convencer a los fanáticos que la violencia no es solución.