EDITORIAL
Acusaciones contra Catar
El terrorismo yihadista se ha convertido en uno de los grandes problemas para el mundo hasta el extremo de avivar la guerra en Siria, mantener los focos de tensión en Irak o Afganistán, amedrentar Europa, sembrar de atentados masivos medio mundo, desde Indonesia a Estados Unidos, y generalizar la sensación de inseguridad y de enfrentamiento entre los islamistas radicales y el mundo occidental.
Al margen de reivindicaciones y conflictos territoriales, la gran denuncia ha sido plantear quién financia estos grupos extremistas y reclamar una respuesta por parte de la comunidad internacional sin que hasta ahora ni la ONU, ni las potencias occidentales, sujetas a servidumbres económicas o de geopolítica internacional, se hayan mostrado demasiado efectivas, a pesar de las sospechas de financiación de determinados países árabes a estos sectores más radicales.
Pero después de los atentados de Manchester y de Londres, este lunes siete países árabes, Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Libia, Yemen, Baréin y Maldivas anunciaron su ruptura de relaciones con Catar, país al que acusan de financiar el terrorismo y de poner en peligro su seguridad, con bloqueo de fronteras, retirada de embajadores y suspensión de vuelos.
Entre las acusaciones formuladas al régimen de Doha figuran el apoyo al terrorismo internacional y más concretamente a grupos como Hermanos Musulmanes, Estado Islámico o Al-Qaeda, además de estar asociado a Irán y divulgar sus objetivos a través de los medios que controla, entre los que está la cadena Al-Jazeera, además de socavar la estabilidad política de la región.
Habrá que ver si este último es el objetivo que más preocupa a unos firmantes que también están bajo sospecha de colaborar con el terrorismo yihadista, bien financieramente o acogiendo campos de entrenamiento, pero son acusaciones gravísimas que Occidente no puede zanjar con ofrecimientos de mediación como hipócritamente hizo ayer Trump. Si las acusaciones de sus vecinos tienen fundamento y los desmentidos cataríes suenan a excusas diplomáticas, el mundo tiene que reaccionar contra un país que aprovecha sus recursos naturales y su riqueza para financiar el terrorismo y generalizar el odio.
Por mucho petróleo que produzca, por mucho que haya invertido en empresas occidentales, desde fábricas de coches a grandes almacenes o por muchos patrocinios deportivos que pague, Catar no tiene excusa.