SEGRE

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El próximo martes se cumplirá el 25 aniversario de la apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, es indudable que fueron un hito histórico que situó a la capital catalana en el mapa de las grandes ciudades del mundo, cuando hasta entonces se encontraba en un segundo nivel. Las obras acometidas con motivo de los Juegos –las rondas, la Villa Olímpica, el puerto olímpico o el anillo olímpico de Montjuïc son solo algunos ejemplos– transformaron urbanísticamente la ciudad. Este hecho y el gran impacto mediático de este evento deportivo hicieron que Barcelona se convirtiera posteriormente en uno de los principales destinos del turismo internacional, hasta tal punto que en los últimos años su masificación también está generando inconvenientes. Fue un éxito en toda regla, basado en la colaboración de las instituciones y del conjunto de la sociedad. Todas las administraciones remaron conjuntamente para acometer las inversiones necesarias y garantizar que todos los servicios necesarios, como los de seguridad o transporte, funcionaran adecuadamente. Por su parte, la aportación ciudadana se plasmó en los miles de voluntarios que ayudaron de forma totalmente desinteresada en el día a día.

Los Juegos del 92 no solo transformaron Barcelona, sino que fueron un gran trampolín internacional para La Seu d’Urgell en su condición de subsede de las pruebas de piragüismo en aguas bravas. La construcción del Parc Olímpic del Segre posibilitó que la capital del Alt Urgell pasara a ser un referente mundial en la modalidad de eslalon. Desde entonces, esta instalación ha acogido más de una treintena de pruebas internacionales y ha servido para potenciar este deporte en Lleida y todo el Estado, lo que se traduce en resultados cada vez mejores, cuya última muestra es el subcampeonato del mundo júnior logrado ayer por Miquel Travé. Además, el Parc del Segre es un polo de atracción turística, con 50.000 visitantes en el último año. Pero más allá de que el balance demuestre que los Juegos fueron un éxito para Barcelona, La Seu y también para Catalunya, no estaría de más utilizar su gestación y desarrollo como modelo para actuaciones futuras, siguiendo el lema de aquella campaña de la Generalitat que decía que “la feina ben feta no té fronteres”.

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