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Lo recordamos el domingo con un especial del suplemento Lectura y un amplio reportaje centrado en su incidencia en Lleida y este martes se celebró en Barcelona el 25 aniversario de uno de los grandes hitos de nuestra historia contemporánea, los Juegos Olímpicos de Barcelona, que para muchos siguen siendo los mejores de la historia, especialmente por la espectacularidad de las ceremonias, por la excelente organización, por los resultados deportivos obtenidos por España con récord de medallas, 22, por las brillantes retransmisiones televisivas y también por la profunda transformación que representó para Barcelona, convertida por unos días en capital mundial y que con aquel punto de partida ha visto multiplicar su presencia en el mapa con más turistas, infraestructuras adaptadas a esta capitalidad mundial, una imagen de excelencia que sigue vigente y un legado que tras la ceremonia de clausura ha seguido revirtiendo en beneficio de la ciudad.

Nada fue fruto de la casualidad, ni de la improvisación de la que a veces hacemos gala, sino resultado del trabajo, de la planificación y también de la coordinación entre las diferentes administraciones: había un objetivo compartido y todos trabajaron en la misma dirección, respetando y promocionando la identidad y la lengua catalana, que estuvo presente en todos los actos, y colaborando con lealtad y eficacia para conseguir el éxito de los Juegos.

Puede ser un buen ejemplo para los tiempos que corren y para recordar que con diálogo y voluntad se pueden conseguir los objetivos propuestos. También fue el triunfo de una sociedad, la barcelonesa y la catalana, que se ilusionaron con el proyecto, que lo hicieron suyo y que se volcaron para que todo saliera bien, y que disfrutaron con los preparativos y el desarrollo de los Juegos, con una inyección de autoestima que también nos iría bien en estos momentos.

Pero nada hubiera sido posible sin la impagable colaboración de los casi 45.000 voluntarios que de forma desinteresada e ilusionada trabajaron para que todo saliera bien, para pasear la antorcha olímpica por todo el país, para que las ceremonias salieran como estaba previsto, para que los deportistas se sintieran como en casa y para que los visitantes marcharan con ganas de volver.

Los voluntarios fueron el auténtico motor de aquel éxito que marcó un antes y un después para el olimpismo, pero también para la proyección mundial de Barcelona.

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