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Las detenciones y los registros del miércoles marcaron un punto de inflexión que ha trascendido las fronteras españolas, hasta el punto de que en algunos medios se hablaba de estado de emergencia o de la guerra catalana, y que ha ayudado a reforzar las dos posturas enfrentadas. Desde Madrid, la respuesta de Rajoy tras la movilización popular fue tan monolítica como hasta ahora, planteando como única alternativa la retirada del referéndum, la rectificación total que con sus palabras casi adquiría términos de rendición. Pero da la impresión de que siguen sin entender lo que pasa porque de sus comentarios parece desprenderse que la logística del referéndum ha sido desmantelada, que ellos son los únicos garantes de la ley y de la democracia e incluso que “velarán porque ningún ciudadano de Catalunya resulte perjudicado”. La respuesta la tienen en la calle porque miles de catalanes han salido en pueblos y ciudades para protestar contra la política de Rajoy y sobre todo en defensa de la dignidad de sus instituciones y de su autogobierno. Han podido incautar las papeletas, frenar la composición de las mesas electorales y probablemente intentarán impedir el traslado de las urnas a los colegios electorales, pero han fracasado estrepitosamente en convencer a los catalanes de que se puede mejorar su encaje en España, de repetir lo que hicieron Cameron y Brown en la campaña del referéndum escocés, seducir a quien quiere irse, transmitirle su aprecio, la valoración por lo que aportan y comprometerse a solucionar los agravios. Aquí, Rajoy y su equipo han optado por la mano dura, por aplicar con rigidez y contundencia su propia interpretación de la Constitución, y así estamos. La Generalitat, aunque haya visto afectados sus planes para el 1-O, ha salido sensiblemente reforzada y ayer continuó con su hoja de ruta pagando las nóminas de los funcionarios con su propia tesorería y, lo que es más importante, notificando a través de una web los centros de votación del 1-O, que como admitió el vicepresidente Junqueras probablemente será algo diferente a lo previsto, pero se convertirá sin duda en una gran movilización a favor de la independencia. Y lo más significativo, sin duda, ha sido la respuesta de la calle, las movilizaciones continuas durante estos dos días de catalanes hartos de la torpeza con que Madrid afronta sus reivindicaciones y que quieren empezar un nuevo camino porque con los sentimientos no se juega.

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