EDITORIAL
Tiempo de reflexión
Después de la vorágine desatada por el 1-O, con la injustificable represión policial y la posterior movilización ciudadana, se ha abierto un periodo de calma, tensionada por el anuncio de marcha de empresas o las citaciones en la Audiencia, a la espera de la comparecencia del president Puigdemont ante el Parlament, fijada finalmente para el martes tras la suspensión del pleno del lunes antes de ser convocada. A estas alturas, aún no se sabe si el pleno será para proclamar la DUI, como insiste la CUP, o bien para exponer los resultados del referéndum y poner en marcha el desarrollo de la ley de transitoriedad jurídica, pero ya han surgido voces en el PDeCAT, muchas en privado y otras en público, como el ex president Mas o el conseller Vila, que advierten de los riesgos de la independencia exprés, recomiendan diálogo y profundizar en las posibles mediaciones. Es momento de reflexionar sobre los pasos a seguir antes de llegar a un punto de no retorno, porque como se ha visto en los últimos años o días, el tiempo juega a favor del independentismo y habrá que revisar la utilidad práctica del eslogan de algunos sectores de “tenim pressa”. También urge una reflexión en Madrid sobre cómo están gestionando la crisis catalana y alguien debería asumir los tremendos errores cometidos: anunciaron hasta la saciedad que no habría referéndum y lo hubo, fueron incapaces de encontrar las urnas pese a un masivo despliegue policial y fueron burlados por los voluntarios que colaboraban con el 1-O, lo minimizaron diciendo que sería un pícnic, como en el 9-N, y montaron un despliegue policial sin precedentes, movilizaron a guardias y policías con una descoordinación denunciada incluso por los mandos intermedios, que recibían órdenes contradictorias, ordenaron una represión desconocida desde el franquismo contra personas indefensas que negaron después pese a la evidencia de las imágenes y alardean después de haber conseguido sus objetivos, cuando lo único que han hecho es empujar a los indecisos hacia el independentismo y deteriorar la imagen de la democracia española. Y lejos de buscar puentes de diálogo o aceptar mediaciones se encastillan en su postura, pensando que han ganado la batalla, y empujan con un decreto a medida a que las grandes empresas catalanas cambien de sede. Puede que debiliten la economía catalana, pero también saldrá perdiendo la española. Hace falta más reflexión y menos adrenalina.