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Incidíamos ayer que los momentos que vive la política catalana y española requieren la presencia de todas las virtudes cardinales, desde la prudencia a la justicia y la templanza y, evidentemente, la fortaleza, indispensable para intentar llegar a acuerdos a través de la única manera posible que deben solucionarse las diferencias políticas en pleno siglo XXI, el diálogo y la voluntad de los ciudadanos. Partiendo de la base que todos los actores tienen el mismo derecho a expresar sus opiniones y por supuesto que todas son igual de dignas, lo que no se puede bajo ningún concepto es utilizar la mentira o la manipulación para defender una u otras opciones. Y si las palabras del vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado, dinamitaban el más básico sentido de la concordia, asegurando que a Puigdemont le podría pasar lo mismo que al President Companys, asesinado tal día como hoy, hace 77 años por el franquismo, las del líder del PP catalán, Xavier García Albiol, insinuando que Enseñanza será intervenido si finalmente el Estado decide aplicar el artículo 155 de la Constitución, cruzan la línea roja de lo aceptable. Si en algo existe una casi absoluta unanimidad entre los principales grupos políticos del Parlament es en que la inmersión lingüística cuenta sus años de implantación por éxitos, primero porque es el instrumento básico de integración de los niños en Catalunya sin ninguna distinción, también porque permite el conocimiento de las dos lenguas oficiales, catalán y castellano, con más que aceptables resultados académicos, equiparables a cualquier otra comunidad española, y finalmente porque asegura la pervivencia y conocimiento de la lengua propia de Catalunya. Intentar utilizar su enseñanza como símbolo de instrumento de adoctrinamiento es tan falso como presumir que el aprendizaje del castellano contribuye a cambiar ideologías o formas de pensar de los alumnos. Además, implica dudar de la capacidad pedagógica de los maestros, al igual que se ha hecho con los médicos y el número de heridos del 1 de octubre. El momento histórico requiere, además de virtudes personales, altura de miras políticas, de la que muchos de los actuales líderes carecen. Todas las opciones están encima de la mesa y sin duda el acuerdo entre Catalunya y España sería la mejor solución para todos, pero para que ello sea posible, los hooligans deben ser apartados de la negociación.

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