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Tras semanas de días históricos a causa del denominado conflicto catalán, la jornada de ayer se mereció esta definición y con grandes letras mayúsculas puesto que los peores presagios se cumplieron. El presidente del Gobierno central, Mariano Rajoy, tras un Consejo de Ministros extraordinario, anunció la aplicación del ignoto y temido artículo 155 de la Constitución y, contra lo que se preveía, en su versión más dura e implacable. La propuesta de Rajoy, que solo requiere la aprobación el viernes por parte del Senado, en el que el PP tiene la mayoría absoluta, contempla a la práctica la intervención total de la Generalitat, con el cese del president Puigdemont, todo su gobierno y sus cargos de confianza, cuyas funciones pasarán a manos de los ministerios. También asume el control de los Mossos, coarta la acción del Parlament y se atribuye Rajoy el poder de disolverlo para convocar elecciones en un plazo de seis meses, a la vez que anunció “nuevos gestores” para los medios de comunicación públicos como TV3, entre otras muchas atribuciones. Las medidas anunciadas, que pueden calificarse del todo desproporcionadas a la vez que cuesta imaginar cómo se llevarán a la práctica, no servirán en absoluto para solventar el grave momento en el que estamos inmersos y es fácil de predecir, tras ver de nuevo las masivas manifestaciones de ayer, que el problema, lejos de solventarse, se agravará con unas consecuencias impredecibles. Golpe de estado de facto, acción sin precedentes en democracia, irresponsabilidad política, el día más terrible de los últimos 40 años... Estas son algunas de las definiciones que políticos tanto del sector independentista, como de otros partidos de ámbito estatal eligieron para definir la actuación de Rajoy. Y la respuesta del president de la Generalitat llegó por la noche con una declaración institucional en la que consideró una humillación la activación del 155 y acusó al Estado de tener un “propósito liquidador”, a la vez que anunció que convocará al Parlament de Catalunya para debatir qué pasos dar como réplica al órdago, aunque no precisó en qué sentido irán. Las espadas están muy en alto, la crispación es más que evidente y la indignación ciudadana va en aumento. La próxima semana será también de vértigo y confiemos en que la tensión acumulada no vaya a más. Como el diálogo está prácticamente descartado, esperemos al menos que impere el sentido común para evitar daños irreparables.

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