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El Parlament aprobó ayer la propuesta de Junts pel Sí y la CUP para proclamar la independencia e iniciar “el proceso constituyente de la república catalana como un estado independiente, soberano, democrático y social” y mientras, el Senado daba luz verde a la aplicación del artículo 155, que permitirá intervenir el autogobierno catalán y, como primera medida, cesar a Puigdemont y su gobierno. Hemos llegado al choque de trenes y nadie sabe lo que pasará, porque estamos ante dos realidades paralelas y totalmente antagónicas, la derivada del Parlament y la de Madrid, irreconciliables y también incompatibles. Una cuenta con el respaldo de las movilizaciones populares y el anuncio de desobediencia civil contra quienes intenten aplicar la intervención del Estado y la otra viene avalada por el respaldo de los partidos españoles, las instituciones europeas, el apoyo del capital y también el respaldo de las fuerzas de seguridad y, desgraciadamente, en estos momentos parecen frustradas todas las posibilidades de diálogo y mediación. La independencia no se ha proclamado como muchos hubieran querido, con fiestas y apoyos multitudinarios, sino que ha llegado tras los titubeos de Puigdemont del jueves, con los reparos de los letrados del Parlament y con una mayoría parlamentaria precaria y que depende de la CUP, que tiene objetivos muy diferentes a JxSí, pero nos hemos quedado sin saber si también cuenta con una mayoría social, porque unos no han querido un referéndum legal y pactado, como muchos pedíamos, y otros tampoco han recurrido a unas elecciones como último recurso en las que se hubieran podido contar los partidarios de una u otra opción. Pero la aplicación del 155 también es una barbaridad que no solucionará el problema catalán, sino que lo agravará, que complicará la convivencia, aumentará la brecha social y puede provocar unas humillaciones que no se olvidarán. La torpeza del PP al afrontar la cuestión catalana, las prisas de los independentistas que se han saltado las propias normas del Estatut y la cerrazón de todos han impedido que se pudiera abrir un proceso negociador, olvidando que el PP de Aznar incluso aceptó sentarse en una mesa con los representantes de ETA, y nos ha llevado a este choque de trenes de consecuencias imprevisibles. La historia les juzgará, pero como ciudadanos que asistimos atónitos a esta deriva exigimos que al menos nadie recurra a la violencia.

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