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Ni podemos hablar de éxito rotundo como afirmó el sindicato convocante CSC, ni tampoco de “seguimiento mínimo y residual” como aseguró el representante del gobierno central porque miles de catalanes se vieron atrapados por las protestas que convirtieron las comunicaciones ferroviarias y por carretera en un auténtico caos, con cortes que aún se mantenían a última hora de la tarde. No fue una huelga general como la vivida el 3 de octubre, reflejada incluso en el consumo de electricidad, que aquel día descendió un 8,3 por ciento mientras que ayer subía un 3,4 con respecto al día anterior, pero sí hubo una protesta generalizada, con especial incidencia del paro en la enseñanza y en la función pública y relativa normalidad en el resto de sectores, además de movilizaciones masivas que en modo alguno deberían ser despreciadas por Madrid, porque reflejan el profundo malestar existente por el encarcelamiento del gobierno elegido. Para que se normalice la vida en Catalunya y que la campaña electoral discurra por los cauces deseables, lo prioritario es que recuperen la libertad los políticos encarcelados y puedan concurrir en igualdad de condiciones a las elecciones del 21-D y hay instrumentos como el traslado de la causa al Supremo, la revisión de las medidas cautelares o incluso la modificación de los delitos imputados, suprimiendo los absurdos cargos de rebelión que difícilmente podrán probarse porque en ningún momento ha habido violencia. Pero dicho esto, también hay que plantearse si las huelgas generales y la paralización del país son el mejor instrumento para conseguir la liberación de los encarcelados, porque Rajoy y su gobierno han tenido pruebas sobradas de la indignación existente y sobre todo porque no parece preocuparle en absoluto que Catalunya se paralice, que deje de producir, que sea menos competitiva y que se empobrezca. Más bien, parece que este es su objetivo abriendo la puerta a la marcha de empresas, contribuyendo a crispar la situación, frenando inversiones y buscando el debilitamiento económico y social de Catalunya. Frente a esta estrategia, la convocatoria de huelgas y la generalización de la tensión pueden ser una forma de tirar piedras contra nuestro propio tejado porque salimos perdiendo los catalanes y a Rajoy aún le va bien. Son comprensibles todas las muestras de solidaridad con los encarcelados, pero paralizando el país tampoco les ayudamos.

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