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“Especialmente inquietante es la trayectoria actual de un cambio climático potencialmente catastrófico”. “Estamos poniendo en peligro nuestro futuro al no frenar nuestro consumo material intenso pero geográficamente y demográficamente desigual y al no percibir el rápido y continuo crecimiento de la población como un motor primario detrás de muchas amenazas ecológicas”. Son dos párrafos que no forman parte de ningún manifiesto ecologista, sino de un documento firmado por nada menos que 15.000 científicos de 184 países publicado hace algo más de dos semanas con el título de Advertencia de los científicos del mundo a la Humanidad. En él ponen de manifiesto que 25 años después de que 1.700 científicos lanzaran un primer aviso de que el modelo de crecimiento humano podía generar daños irreversibles a la Tierra, la situación no ha hecho sino empeorar, a excepción de la estabilización de la capa de ozono. Ante tal nivel de consenso entre la comunidad científica, hay que analizar qué es lo que están haciendo los dirigentes mundiales para afrontar este problema. Y lamentablemente hay que concluir que la respuesta oscila entre nada y muy poco, porque las sucesivas cumbres sobre el cambio climático celebradas en las últimas décadas han acabado siempre con acuerdos de mínimos que han tenido también un cumplimiento mínimo. Como colofón, Donald Trump ha retirado a Estados Unidos del Acuerdo de París, firmado en 2015 con el objetivo de intentar reducir la emisión de gases de efecto invernadero para que la temperatura media en 2050 no supere un aumento de dos grados con respecto a la de la época preindustrial. Tal como exponemos en nuestra edición de hoy, el cambio climático es una realidad que afecta ya a nuestro territorio, y todo hace prever que a mediados de siglo parte de Catalunya tendrá un clima similar al actual de Sevilla. La pregunta no es si hay que actuar para mitigarlo, sino si estamos a tiempo de hacerlo sin adoptar cambios drásticos. Por ello, no puede entenderse que los distintos países pongan sus intereses económicos particulares por delante de esta prioridad, obviando que mantener unas cuantas décadas más el actual modelo económico puede condenar a las futuras generaciones de su mismo país a tener que enfrentarse a situaciones límite. No se trata de un asunto que afecta al reparto de la riqueza mundial, sino al futuro de la humanidad.

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