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A pesar del frío y algo de lluvia, alrededor de 45.000 personas desplazadas desde todos los rincones de Catalunya llenaron ayer las calles de Bruselas en una nueva demostración de fuerza independentista, que esta vez cambió Barcelona por el corazón de Europa. La convocatoria de la ANC y Òmnium Cultural, cuyas cifras de participantes confirmó la policía de la capital belga, algo desbordada por la mayor concentración de personas que se haya registrado nunca en esta ciudad, arrancó con retraso. La manifestación estaba encabezada por la número dos de ERC, Marta Rovira, los líderes de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, Marcel Mauri y Agustí Alcoberro, respectivamente; el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, así como por la consellera leridana cesada Meritxell Serret. El President de la Generalitat, Carles Puigdemont, y su predecesor Artur Mas se unieron poco después bajo el lema “Europa, despierta”. Como muchos de los asistentes, Puigdemont iba ataviado con una bufanda amarilla, color elegido por el independentismo para solidarizarse con los activistas y miembros del Govern cesados que todavía permanecen en la cárcel, para los que todos tuvieron unas palabras en los parlamentos del final del acto, en los que se incidió en pedir a las instituciones europeas que fuercen España a finalizar con la judicialización del proceso catalán y a buscar puentes de diálogo.

Al margen de la ideología de cada uno, no puede obviarse que la tenacidad del catalanismo merece respeto y admiración. Es verdad, como dijeron las instituciones europeas tras el multitudinario acto, que las leyes pueden cambiarse y que para ello deben seguirse los marcos establecidos entre todos, y también lo es, como apuntaron Ciudadanos y PSC, que la manifestación que cuenta es la del 21 de diciembre, cuando volverán a hablar las urnas, pero no fue oportuno ni es cierto decir, como hicieron los representantes del PP, que los catalanes pudieron ir ayer a Bruselas gracias al DNI español y muchísimo menos que la reivindicación cívica y pacífica de ayer fuera un “esperpento propio de una secta”. Haya o no mayoría suficiente para cambiar la historia de Catalunya y la de España, lo que nunca podrá negarse a los soberanistas es que su voluntad de ser es inquebrantable.

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