EDITORIAL
Anorexia, un mal de nuestra sociedad
Seis adolescentes y tres niños de las comarcas leridanas que sufren anorexia o bulimia han tenido que ser ingresados en el hospital en el último año porque su vida corría peligro si no se llevaba a cabo una intervención intensiva. La gran mayoría son chicas, seis tenían alrededor de 16 años y los tres restantes, entre siete y diez. Todos fueron derivados desde la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil (CSMIJ) del Hospital Sant Joan de Déu de Lleida a centros hospitalarios especializados de Barcelona. “Son casos graves en los que hay que actuar así para revertir la situación porque no se ha conseguido un cambio de conducta en el menor a nivel ambulatorio o de hospital de día. Y si el peso es demasiado bajo existe un riesgo vital”, apuntan Maria López y Blanca Manzano, enfermera y psicóloga clínica, respectivamente, de la unidad. Además, está descendiendo la edad en la que aparecen estos trastornos. “La anorexia suele iniciarse entre los 14 y los 16 años, pero estamos viendo casos en niños más pequeños que dejan de comer porque no quieren verse gordos”, explica López a SEGRE. Entre los factores que podrían estar detrás de esta disminución en la franja de edad, las expertas apuntan a los cambios de dinámicas familiares y de modelos de vida que hace que los menores pasen más horas solos en casa, lo que trastoca los hábitos alimentarios, ya que, por ejemplo, se cena más tarde y peor. Tampoco se puede obviar el boom de las redes sociales entre niños y adolescentes, que han convertido en una obsesión el salir bien en las fotografías para poder obtener más likes. La moda y la estética, un malestar físico durante la adolescencia, una mala adaptación al instituto o acoso escolar serían otros factores desencadenantes de un trastorno alimentario. En definitiva, que los avances sociales, de igualdad, tecnológicos y educativos, no siempre van parejos a una mejora emocional de nuestros niños y jóvenes, cuyos modelos siguen roles impuestos por la moda o los ídolos dominantes, esclavizados aún por intereses comerciales o estandarizados. Por eso es tan importante que desde la escuela, la familia, los medios de comunicación, las administraciones, la publicidad o las mismísima gala de los Globos de Oro de la pasada madrugada se hagan campañas y eduquen para conseguir una sociedad en la que se valore más la ética que la estética.