EDITORIAL
Violencia en las aulas
Los que tengan una cierta edad recordarán aquellos tiempos en que, además del alcalde y el cura, el médico y el maestro eran personajes imprescindibles y de vital importancia en el pueblo o en la colectividad y, como tales, gozaban de un respeto y consideración incuestionables. Quizá en algunos casos era incluso exagerada la veneración social que existía hacia ellos. Ahora, sin embargo, la situación ha dado un giro de 180 grados, especialmente en lo que a los profesionales de la sanidad y enseñanza se refiere, y de ser unos podríamos llamar privilegiados han pasado a ir perdiendo de forma sistemática su aura de autoridad. Los balances que periódicamente publicamos de agresiones a personal sanitario son más que preocupantes, y ayer aportábamos cifras sobre este tipo de problemáticas en el mundo de la educación que también causan sonrojo. Y es que nueve de cada diez docentes aseguran que conviven con situaciones de violencia en su lugar de trabajo, ya sea en forma de peleas entre alumnos, vejaciones o vandalismo, y el 75 por ciento cree que tiene muy poca o ninguna autoridad en las aulas, según el resultado de un estudio elaborado por el CSIF a partir de dos mil encuestas a profesores de Primaria y Secundaria de centros públicos catalanes. El informe destaca también el hecho de que se haya aceptado este clima de violencia de baja intensidad, como si fuera normal su existencia en las aulas.
Sería muy fácil y reduccionista decir que esta nueva realidad social que se ha ido asentando con el paso del tiempo es culpa de la escuela y sus carencias, de los sucesivos y sorprendentes cambios de los planes de enseñanza con que quiere dejar huella cada nuevo gobierno a su llegada al poder o de la falta de interés del profesorado a causa de mil y una razones, desde económicas a sociales. Pero, no nos engañemos, valores como el respeto, la consideración hacia los demás o el principio de autoridad, por supuesto sin llegar al autoritarismo, se tienen que inculcar primero y desde la más tierna infancia en el ámbito familiar. Sin esta base imprescindible, es difícil que los jóvenes sepan discernir qué límites deben establecerse en sus interrelaciones a lo largo de su vida en el ámbito escolar y, evidentemente, en el futuro posterior.