EDITORIAL
Ni conspiración, ni impunidad
Unas grabaciones efectuadas por el excomisario de policía José Manuel Villarejo a la amiga de Juan Carlos de Borbón, la empresaria alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein, con el expresidente de Telefónica y amigo de Aznar, Juan Villalonga como mediador, y difundidas por los digitales de Pedro J. Ramírez y Eduardo Inda, han vuelto a poner sobre el tapete los negocios del rey emérito y el posible cobro de comisiones por el AVE a La Meca entre otros chanchullos que incluyen también su papel determinante en el instituto Nóos por el que Urdangarin cumple prisión. A tenor del perfil del excomisario de policía, que está en prisión preventiva por presunta organización criminal y ha aparecido involucrado en casi todos los escándalos relacionados con las alcantarillas del Estado, puede esperarse cualquier cosa, y teniendo en cuenta su afición a las grabaciones, dad por seguro que aparecerán nuevas revelaciones. Y de hacer caso a los mentideros madrileños, estaríamos ante una operación para acabar de erosionar la monarquía española aprovechando los puntos débiles que ofrece la actuación de Juan Carlos. Pero tampoco es la primera vez en que la figura del rey emérito aparece vinculada a comisiones por venta de petróleo o por operaciones multimillonarias con los países árabes, y de hecho su patrimonio aparecía incluido en la lista de las grandes fortunas de la revista Forbes, y un medio tan serio como el New York Times cifraba en 2012 la fortuna de Juan Carlos en 2.300 millones de dólares, recordando que a la muerte de Franco era “prácticamente nula” y que la asignación presupuestaria a la Casa Real era de 8,3 millones de euros anuales. O sea, que tal vez haya algo que investigar por parte de la Agencia Tributaria o por aclarar por parte de la familia real sobre las acusaciones de cuentas opacas en paraísos fiscales para hacer realidad el principio de que todos somos iguales ante la ley, porque más allá del chismorreo sobre las relaciones entre Juan Carlos y Corinna está en juego la misma imagen de la monarquía, cuyos defensores la justifican por su ejemplaridad. Con un cuñado del actual rey en la cárcel y su padre en los papeles acusado de tropelías por una amiga de poca ejemplaridad, se puede hablar por más que Felipe VI haya intentado crear un cordón de seguridad aislando a Urdangarin. Pero ahora quien está implicado es su padre y, si no se aclara el caso, acabará salpicando al hijo y a la institución.