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Aunque estén en las antípodas ideológicas, los congresos del fin de semana del PP y el PDeCAT sí han tenido un rasgo coincidente: han perdido las opciones más moderadas y pragmáticas y se han impuesto las tesis más radicales. En el caso del PP es evidente que la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría se presentaba como continuadora de la gestión de Rajoy frente a un Pablo Casado que contaba con el aval de José María Aznar y que ha convertido la gestión de la crisis catalana y la supuesta blandura de la actuación gubernamental en uno de sus argumentos para reclamar el apoyo de los compromisarios.

Ante el avance en las encuestas de Albert Rivera, los populares han optado por una contrafigura del líder de Ciudadanos, un candidato joven al que será difícil superar por la derecha, y que disputará el mismo espacio al que aspiran Ciudadanos e incluso Vox, y al mismo tiempo los barones del partido han aprovechado para castigar a quien como vicepresidenta no atendió sus peticiones y acumuló desde el CNI información sensible que podría afectar a su futuro político. Hasta perdonan a Casado sus problemas con el máster para evitar que sea Soraya quien decida en el futuro.

En el PDeCAT, quien ha marcado el rumbo ha sido Puigdemont y no le ha temblado el pulso en apartar de la dirección a Marta Pascal, quien había intentado adaptar las estructuras de CDC al nuevo partido, era la continuadora de Artur Mas, que fue quien la eligió, y representaba la opción más moderada y pragmática. Puigdemont no aceptó la presidencia del partido e incluso amenazó con romper el carnet de militante si Pascal continuaba al frente del partido, y no ha tenido problemas en aceptar buena parte de la anterior directiva si salía la coordinadora, pese al consenso general de diluir el partido dentro del movimiento auspiciado por el expresident, Crida Nacional per la República.

Ha habido un voto de castigo significativo y ahora habrá que ver si Puigdemont consigue la transversalidad que propone a la vista de las reticencias de ERC o si estamos ante una nueva mutación del soberanismo de centro-derecha y cómo se integran en su Crida las viejas estructuras de Convergència, que sigue siendo el primer partido municipalista y territorial de Catalunya. Ahora todo queda en manos de Puigdemont y los suyos.

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