EDITORIAL
El cambio de horario
El reglamento de las Cortes de Cádiz del 1810 recogía en su articulado un horario de verano y otro de invierno. No estaban establecidos entonces los dos cambios de hora anuales en Europa, y la norma señalaba así que sus señorías entrarían a las 10 de la mañana desde octubre hasta abril, y a las 9, de mayo a septiembre. El ejemplo lo pone sobre la mesa José María Martín-Olalla, profesor de Física de la Materia Condensada (Universidad de Sevilla), para explicar que, cuando no existían directivas que estableciesen cambios en las manecillas del reloj, esta institución ya se adaptaba a los cambios estacionales naturales modificando sus horarios. Lo que este físico quiere trasladar es que los dos movimientos del reloj establecidos actualmente en la Unión Europea, y que la Comisión quiere suprimir el próximo 2019 tras la consulta lanzada en julio, son los que más convienen al territorio español por su latitud. Cuando no existían, algunas profesiones ya distinguían entre el horario invernal y el estival. Los cambios de hora en octubre y en marzo no son, así, ninguna arbitrariedad. El eje de rotación de la Tierra está inclinado, la duración de la luz solar es diferente en invierno y en verano, y esto no se puede cambiar. Conforme se va subiendo de latitud en Europa, este cambio de hora establecido en octubre y marzo puede tener inconvenientes, y aún más arriba (como es el caso de Finlandia, sin apenas noche en verano) puede no tener sentido. Pero aquí sí. La consulta lanzada por la Comisión Europea en la que ganó la opción de suprimir los dos cambios anuales y con una preferencia por mantener el de verano (esta última cuestión la decide cada país) ha dado mucho que hablar. Si se suprime el cambio anual y se elige, por ejemplo, el horario de invierno todo el año, en Catalunya amanecería el 21 de junio a las 5.18 h. ¿Qué harían los catalanes cuando viesen que amanece tan pronto y que empieza a hacer calor antes? Una pregunta que también se puede formular en Baleares y Valencia. Lo lógico sería que fuesen acercando su despertar y sus actividades al amanecer, es decir, corrigiendo, pero esta vez de forma desincronizada, su vida a través de los horarios. Aunque no lo parezca no es un tema baladí y conviene que antes de tomar una decisión se analicen bien los pros y contras porque este cambio puede acarrear muchos otros en nuestra cotidianeidad.