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Los dos primeros días del juicio de los padres de Nadia han servido para que fiscalía, investigadores y forenses desmontaran el entramado que Fernando Blanco, el padre de la niña, había urdido para recaudar dinero reclamando solidaridad con su hija, víctima de una enfermedad rara, y que por lo expuesto convirtió en una estafa que perjudicó a más de cinco mil donantes y les permitió recaudar más de un millón de euros, que los padres dilapidaron en objetos de lujo o viajes, sin que se destinaran a la salud de la niña. La enfermedad que padece Nadia, tricotiodistrofia, no entraña, según los expertos, un riesgo de muerte inminente como aseguraba su padre, que rechazó los tratamientos de la Seguridad Social o que fuera derivada a la unidad de enfermedades raras del hospital Vall d’Hebron y hasta se negó a entregar los informes médicos a los pediatras que se lo solicitaron. Ni la niña, ni su padre viajaron a Houston a recibir tratamiento, y mucho menos a Afganistán, porque ni siquiera tenían pasaporte y en ningún momento fue atendida con punciones, ni con tratamiento genético, como sostenía el padre en todas las cadenas de televisión que le acercaban sus micrófonos. Como colofón, los Mossos han certificado que los padres de Nadia carecían de actividades empresariales y que sus únicos ingresos eran los procedentes de las donaciones que recibían para que su hija fuera atendida. Todo un monumental engaño que aún resulta más indignante porque unos padres se aprovecharan de una enfermedad de su hija para convertirla en medio de vida, que se enredaran en una sarta de mentiras y que jugaran con la buena fe de miles de personas, y también de muchos periodistas que les creyeron e intentaron ayudar divulgando su caso y reclamando solidaridad en forma de ayudas económicas. Flaco favor le han hecho a su hija, la gran perjudicada, y también a muchas familias con hijos que padecen enfermedades raras y necesitan ayuda y ahora tienen que superar el recuerdo y la desconfianza que han generado los padres de Nadia. No pueden pagar tantas personas inocentes y abnegadas que dedican todos sus esfuerzos a la curación de sus familiares, por la desvergüenza de estos padres sobre los que la justicia se pronunciará, pero hay que confiar y pedir que nuestra sociedad siga siendo generosa, solidaria y que cubra los huecos que puedan dejar las administraciones públicas.

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