EDITORIAL
Todos somos Laura
Bernardo Montoya, el hombre de unos 50 años vecino de El Campillo (Huelva) detenido el martes por su presunta implicación con la muerte de la joven zamorana de 26 años Laura Luelmo, confesó ayer ser el autor del crimen. Al margen de consideraciones judiciales que con más o menos oportunismo utilizaron ayer representantes de los partidos políticos en el Congreso de los Diputados, lo que está claro es que las mujeres padecen aún hoy una marginación generalizada en muchos aspectos de su vida y que van desde el aspecto físico al simple hecho de no poder ir solas de noche por la calle. Laura Luelmo salió a correr el pasado miércoles, 12 de diciembre, por las afueras de El Campillo (Huelva). Llevaba en el pueblo apenas ocho días, adonde había llegado para cubrir una baja en el instituto de Nerva. Era su primer trabajo y todavía estaba adaptándose a la vida lejos de su Zamora natal. Cuatro días después, tras una intensa búsqueda, su cuerpo sin vida fue hallado con signos de violencia y, según apuntan fuentes del caso, semidesnuda. Como si de una broma cruel del destino se tratara, su último tuit (una red social que apenas utilizaba) se convirtió el mismo lunes en un poderoso emblema: el 8-M colgó una ilustración relativa al Día de la Mujer Trabajadora. Pero además, los internautas también se dieron cuenta de lo significativo de un retuit que había hecho algún tiempo antes: “Te enseñan a no ir sola por sitios oscuros en vez de enseñar a los monstruos a no serlo.” Así de cruel, revelador y premonitorio resultó ser el mensaje de esta joven cuya vida acabó a manos de un monstruo sin más razón que la de ser mujer y salir a correr sola. Hará bien la clase política, en lugar de abrir debates estériles sobre la prisión revisable y anunciar medidas de control de los convictos por permisos o con tercer grado, de ir al fondo del problema y comenzar a forjar una sociedad igualitaria desde la más tierna infancia. Los libros de texto, las series de televisión, la promoción de estudios o trabajos y sobre y ante todo la educación en todos sus ámbitos y sectores son la raíz de este terrorismo contra las mujeres que debe de una vez afrontarse seriamente. De nada sirven las condenas, minutos de silencio y manifestaciones si todos y cada uno de los estratos de nuestra sociedad no hacen una catarsis colectiva para acabar de una vez con el miedo obligado de las mujeres a salir solas a correr o volver a casa paseando de noche.