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Las elecciones andaluzas registraron dos novedades que pueden tener su traslación al mapa estatal: por una parte, se ponía fin a 36 años de hegemonía socialista en una comunidad que había sido su granero de votos y en la que se habían sucedido los dirigentes del PSOE sin que les salpicaran los casos de corrupción denunciados y, en algún caso, juzgados. Y por otra parte, marcaron la irrupción de la extrema derecha en una cámara legislativa con los doce diputados que consiguió Vox tras una campaña en la que le hicieron el juego sus competidores por el espacio político. Hasta ahora se habían registrado votos de castigo que se traducían en escaños aislados para grupos populistas como los casos de Ruiz Mateos en las europeas o Jesús Gil en las municipales, pero desde el escaño de Blas Piñar de Fuerza Nueva en tiempos de la transición no se había visto a la extrema derecha en una cámara, y mucho menos en la Mesa del Parlamento. Pero es que además, Vox es decisivo para que pueda conseguir la investidura el candidato del PP, Juan Manuel Moreno, con el apoyo de Ciudadanos y, además, exige negociar el programa de gobierno, aunque ya ha rechazado la posibilidad de ocupar alguna consejería. Primero nos preguntamos cómo es posible que nada menos que 400.000 andaluces hayan votado un partido xenófobo, homófobo, contrario a las autonomías, machista, que niega la veracidad de las denuncias por maltrato a las mujeres, dispuesto a expulsar inmigrantes y que defiende el franquismo, pensando que puede solucionar sus problemas. Y ahora hay que plantearse si es legítimo que partidos democráticos y constitucionalistas pueden apoyarse en la extrema derecha para acceder al Gobierno. En el PP no tienen mayores problemas porque su líder, Pablo Casado, ya declaró que comparte muchas cosas del ideario de Vox y están dispuestos a cualquier pacto para desalojar a Susana Díaz, pero en Ciudadanos hay más debate porque su candidato a la alcaldía en Barcelona, Manuel Valls, ya ha dicho que sería un error, una incongruencia moral y una contradicción con sus ideales europeos, aunque su dirigente nacional, Albert Rivera, intenta hacer equilibrios aceptando los votos de Vox, pero negando cualquier acuerdo y culpando de todo al PSOE. Allá ellos, pero deben ser conscientes de que quien pacte con la extrema derecha queda homologada con ella y todos debemos vigilar para que la amenaza no se extienda.

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