EDITORIAL
La figura del relator
Llevamos tantos meses pidiendo diálogo entre el Estado y Catalunya que cualquier reunión de las dos partes debe considerarse un paso para solucionar el problema. Que sea pequeño o grande solo el tiempo lo dirá, pero la decisión de mantener el diálogo en una mesa de partidos y crear la figura de un “relator” que convoque y coordine las reuniones y que tome nota de los posibles acuerdos es un avance más significativo que la movilización permanente en la calle o las amenazas continuadas de aplicar el artículo 155 de quienes ayer hablaban de rendición o humillación del gobierno de Sánchez. Con la estrategia del PP, ya vemos donde se había llegado, y todo apunta a que sus puntos de vista se han radicalizado por la presión de Ciudadanos y de la ultraderecha, por lo que hoy no se atisban posibilidades de arreglo por esta vía, porque cualquier solución para Catalunya ha de contar con una importante proporción de ciudadanos que reclaman más autogobierno. Pero también habrá que valorar cuáles son los objetivos de cada parte y los hipotéticos puntos de coincidencia: si con la creación del relator el PSOE solo pretende que los independentistas aprueben los presupuestos y mantenerse en el Gobierno, poco habremos avanzado con esta salida coyuntural. Si por parte de la Generalitat y el bloque soberanista no hay más objetivo negociable que la independencia, tampoco servirá de nada ni la mesa de partidos, ni la figura del relator, ni el diálogo, porque ningún Estado la aceptaría sin una mayoría cualificada y un pronunciamiento claro y transparente. El trabajo del relator será buscar los puntos de coincidencia, ponerlos en valor y avanzar en un entendimiento por difícil que se antoje en estos momentos y, evidentemente, la primera cuestión a resolver es encontrar una figura de prestigio que sea reconocida y valorada por los dos partes, tarea nada fácil en estos momentos de bipolarización y en vísperas del juicio más importante de la historia más reciente de España. Y, después, habrá que darle un voto de confianza para delimitar su función, que de momento está muy poco concretada y para que su intervención tenga relevancia y se pueda avanzar en crear un clima diferente al que hemos vivido hasta ahora. Es evidente que quienes han convocado manifestaciones no quieren ningún diálogo, pero hay una mayoría que sí espera alguna forma de consenso que permita contarnos y buscar entendimientos.