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El año pasado, con la irracional sentencia de La Manada, las mujeres salieron a la calle enrabietadas por tanta injusticia, precisamente ante un tribunal que tiene como premisa y principal fundamento impartirla. Fue un peldaño más del resurgir de un gran movimiento muy antiguo que persigue la igualdad de sexos. Una igualdad que, en la mayoría de países occidentales, viene amparada por los códigos penales, las constituciones, las leyes y las normativas, pero que en la calle dista mucho todavía de haberse conseguido. Los malos tratos y la violencia de género, que cuenta los días por víctimas, son solo la punta de un iceberg de pequeñas y grandes discriminaciones que comienzan en las casas, escuelas y centros de trabajo y acaba en los parlamentos y grandes empresas. SEGRE dedicó ayer un especial a las muchas brechas laborales y sociales con las que debe enfrentarse el sexo femenino desde su más tierna infancia. Estereotipos, roles y mensajes públicos y privados que van disminuyendo capacidades hasta el punto de que incluso en sectores donde las mujeres son mayoría –la educación, la sanidad o la justicia–, su presencia en la dirección, que es donde se cambia el mundo, sigue siendo muy poco representativa. Para que el techo de cristal pueda romperse de una vez por todas hace falta cambiarlo todo y en todos los ámbitos, desde el lenguaje a la moda pasando por la conciliación de la vida laboral y privada. Las miles de leridanas que ayer salieron a la calle, millones en todo el mundo, para reclamar el fin de todas las marginaciones son un ejemplo de que esta revolución ha tomado impulso y que nada podrá pararla, lo que dice mucho y bueno de mujeres y hombres de todo el planeta. Solo lamentar que las dos principales entidades feministas de Lleida no hayan podido llegar a un acuerdo para hacer una marcha unitaria. En este cambio que se reclama, las mujeres ni pueden ni deben reproducir las jerarquías propias del patriarcado, lleno de egos y partidismos, y el hecho de no haber podido llegar a una entente en Ponent para marchar juntas por un bien colectivo y común deja en mal lugar a ambas organizaciones, independientemente de culpas. Su desunión provocó que ayer más de una mujer se quedara en casa, dudosa de a cuál de las dos manifestaciones acudir. Este cambio necesario pasa también por dejar al margen luchas internas infructuosas que dañan más que benefician.

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