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Nueva Zelanda vivió el viernes un brutal ataque terrorista protagonizado por un joven de extrema derecha, racista y antimusulmán, que irrumpió a tiros en dos mezquitas matando a 49 personas y dejando heridas a medio centenar. El autor, Brenton Tarrant, un australiano de 28 años, proclamó a través de un manifiesto que llevaba a cabo el atentado “para enseñar a los invasores que nuestras tierras no serán nunca suyas”, entre otras lindezas que sería un insulto calificar de argumentos. Lo que resulta más paradójico es que pocas personas son tan parecidas en el fondo a Tarrant y a los que piensan igual que él como los islamistas radicales que siembran el terror en nombre de su retorcida versión del Islam. El racismo y el odio hacia los que tienen un estilo de vida y una religión diferente a los que se consideran ideales son factores comunes entre los que a priori aparecen como polos opuestos. También lo es que ambos colectivos tienen como base internet y las redes sociales para difundir sus consignas y acciones para captar adeptos. Por eso Tarrant retransmitió en tiempo real su ataque vía Facebook. Ahora mismo, es imposible luchar contra esta realidad, como lo prueba el hecho de que el vídeo de esta atrocidad se difundiera en todo el mundo antes de que fuera retirado por las empresas titulares de las redes sociales. Pero hay que tener claro que este no es el origen del problema, sino la consecuencia de actuaciones como las que han llevado a la expansión del islamismo radical –ya sea por intervenciones exteriores o por los regímenes imperantes en varios países– o a la proliferación de partidos xenófobos en el mundo occidental, entre otros ejemplos. Sería injusto decir que Trump ha sido el inspirador del atentado en Nueva Zelanda, por mucho que el autor diga que es admirador suyo. Sin embargo, sí hay que preguntarse qué efectos puede tener sostener que la mayoría de los inmigrantes son delincuentes o que los súbditos de un determinado país son terroristas en potencia. El discurso del miedo no hace más que aumentar los recelos entre comunidades, tanto dentro de un estado como a nivel internacional, y genera el caldo de cultivo ideal no solo para que surjan extremistas fanáticos, sino para que amplios sectores de la población puedan culpar a determinados colectivos de los problemas de un país. No está nunca de más recordar qué pasó con los judíos y otras minorías en el régimen nazi.

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