EDITORIAL
Políticos y estadistas
Atribuyen a Churchill la sentencia de que la diferencia entre un político y un estadista es que el segundo se preocupa de solucionar los problemas de la siguiente generación, mientras que el primero únicamente está centrado en ganar las próximas elecciones y podía hablar por experiencia porque fue decisivo en la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y perdió las elecciones siguientes a la rendición alemana. Viene a cuento la reminiscencia histórica de la polvareda desatada por las declaraciones de Miquel Iceta sobre la necesidad de que la democracia española encauce el proceso si un 65 por ciento de los catalanes se pronuncia a favor de la independencia, las rectificaciones de su propio partido que consideran inapropiadas las declaraciones y los exabruptos de la derecha, que acusa a los socialistas de tener pactos ocultos con los independentistas e incluso de poner plazo a la ruptura de España. Es evidente que tanto unos como otros piensan más en los votos del 28-A y una vez más en la rentabilidad que pueden obtener de la cuestión catalana más allá del Ebro como ya sucedió en las elecciones andaluzas, que en plantearse seriamente el problema para que deje de serlo. Para quienes pensamos que en democracia hay que respetar las normas legales existentes, pero también la voluntad de las mayorías cualificadas, lo dicho por Iceta no deja de ser algo evidente y lógico, coincidente con las prácticas de otras democracias o con lo estipulado en la ley de claridad de Canadá sobre el caso de Quebec, que establece que, con una mayoría cualificada y una participación significativa, el Estado estaría obligado a abrir un proceso negociador. Puede discutirse que sea el 65 o el 75 por ciento, pero Iceta ha venido a decir lo mismo: si una mayoría amplia de catalanes quiere la independencia, habrá que hablarlo y buscar algún mecanismo y esto sirve tanto para quienes afrontaron la declaración unilateral de independencia sin llegar al 50 por ciento de los votos, como para los que pretenden olvidar que casi la mitad de los catalanes está descontento con el actual encaje y quieren la independencia. Se pueden buscar fórmulas para ampliar las bases de apoyo de una u otra opción o bien obviar la cuestión, encastillarse en cada postura y centrarse en buscar votos para las elecciones inmediatas, pero es evidente que el problema seguirá lejos de solucionarse e incluso puede agravarse si no se respeta la voluntad de la mayoría.