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La Iglesia católica no fue impermeable a la revolución sexual de los años 70 y en España se produjeron algunos experimentos que derivaron en la fundación de asociaciones de laicos guiadas por sacerdotes que exploraron nuevos preceptos, a veces en el límite de lo que permitía la doctrina católica. Una de ellas fue el Seminari Poble de Déu (SPD), fundado en 1977 por el seglar Francesc Casanovas Martí y aprobado ese año por el arzobispo de Barcelona, el cardenal Narcís Jubany. Una experiencia de vida comunitaria mixta cercana a las investigaciones del momento sobre la relación entre hombre y mujer. Duró 40 años. Hasta el 15 de abril de 2017, cuando el arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella, firmó el decreto de disolución del grupo. El Vaticano solicitó posteriormente una investigación y obligó a juzgar a 17 sacerdotes y a dos laicas implicados por prácticas “sectarias” y presuntas relaciones sexuales entre hombres y mujeres con ramificaciones en, al menos, cinco diócesis: Barcelona, Vic, Tarragona, Lleida y Urgell. Dado que vivimos tiempos de poca reflexión y que estamos en pleno proceso de sacar a la luz pública, aunque sea con efecto retroactivo, los abusos sexuales que se cometieron en el seno de la Iglesia o congregaciones de enseñanza, podemos caer en la tentación de poner en el mismo saco a personas que abusaron de otras, la mayoría niños, utilizando el poder que les confería su rango, con sacerdotes y laicos que puede que lo único que hayan hecho es poner sobre la mesa un tema tan viejo como la fe misma: la castidad y el celibato. Por tanto, hará bien no solo la jerarquía eclesiástica, sino también la sociedad civil, en no estigmatizar a este colectivo. Evidentemente compete a Roma y a sus fieles juzgar sus comportamientos doctrinales, pero más tarde o más temprano, el catolicismo deberá abordar los temas sexuales con meridiana claridad, porque puede ser clave para su supervivencia. La represión nunca ha sido el camino para evitar abusos y lo peor que ha hecho el Vaticano y todos los poderes eclesiásticos ha sido intentar mirar hacia otro lado, cuando no ocultar, los comportamientos inapropiados o directamente delictivos de miembros del clero. Quizá ha llegado el momento de abordar estos temas, hasta ahora tabús para Roma, porque los feligreses requieren de respuestas a los cambios sociales y morales que también competen a todos los creyentes.

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