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Una semana después de las elecciones municipales, las negociaciones para consolidar mayorías muestran una vez más lo frágiles que son las promesas electorales y hasta las supuestas líneas rojas para negociar cuando está en juego una alcaldía. En Lleida no hay mayores problemas porque al ser la de Miquel Pueyo la lista más votada tiene garantizada la alcaldía, pero el Comú ya ha hecho saber que no aceptará un gobierno tripartito si ERC también pacta con JxCat, con quien la alianza a priori parece más segura teniendo en cuenta que ya gobiernan conjuntamente en la Generalitat y presumiblemente formalizarán pactos en numerosos municipios. Más complicado está en Barcelona, donde Ernest Maragall y Ada Colau se disputan la alcaldía con ventaja para el primero, que fue el más votado y será alcalde si su rival no consigue mayoría absoluta en la primera votación. Puede hacerlo si pacta con el PSC, que está de acuerdo en que no haya un alcalde independentista, y si además acepta tres votos de Manuel Valls, y aquí está el meollo de la cuestión porque hay división en las bases de Barcelona en Comú: unos no aceptan los votos de Valls, otros consideran que la alcaldía es vital y lo importante es aplicar su programa y otros tampoco aceptarían un pacto con los independentistas y repartir el mandato con ERC, que ayer también expresó su rechazo. Cualquier decisión provocará polémica y desde ERC ya se han denunciado presiones para impedir que Maragall sea alcalde, pero cualquier opción será democrática. Otro capítulo es que después los votantes, o la dirección de Ciudadanos, pidan cuentas a Valls por facilitar la alcaldía a Colau con sus votos, o a Maragall con su abstención o un voto diferente. Polémicas tan envenenadas se dan en Navarra, donde los socialistas pueden conseguir la presidencia foral con la abstención de Bildu; en Madrid, donde la derecha necesita del apoyo de Vox para la alcaldía y la comunidad, o en Aragón, donde la decisión de Ciudadanos y el PAR puede decantar la presidencia hacia los socialistas o hacia la derecha. No parece posible que haya pactos globales y en cada sitio deberían ser las bases las que decidan en función de los programas negociados y también de las personas y sus trayectorias, pero la situación en la que estamos muestra lo fútiles que son a veces las líneas rojas de las que se hablan en campaña negándose a pactos con otros grupos que después acaban firmándose.

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