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EDITORIAL

El bloqueo político español desde 2015

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Si el próximo 23 de septiembre el Congreso de los Diputados no ha investido un presidente del Gobierno, España volverá a las urnas en noviembre por un bloqueo político que mantiene paralizado al Estado, su financiación y sus responsabilidades desde 2015. De hecho, las vísperas de las Navidades de 2015 marcaron el fin de una época en España, tras cuatro décadas de alternancia entre las dos grandes fuerzas de la derecha –primero UCD y después el PP– y el centroizquierda del PSOE, con gobiernos razonablemente estables. El pírrico triunfo del PP de Mariano Rajoy en las elecciones celebradas en diciembre de 2015 y la estruendosa irrupción de nuevas fuerzas políticas abrieron paso a un panorama completamente desconocido y lleno de incertidumbres, cuyas consecuencias llegan hasta hoy. En estos tres años y medio, los españoles han sido convocados tres veces a las urnas, han visto un Gobierno sostenerse en funciones y sin apoyo parlamentario durante diez meses, así como a otro ejecutivo caer por primera vez a través de una moción de censura asentada en alianzas heterogéneas. En medio de todo eso, el Estado se ha enfrentado además a su mayor crisis política por el proceso catalán. Un problema que no ha sabido ni encarar ni solucionar y al que solo ha respondido hasta ahora con la judicialización del conflicto, lo que evidentemente lejos de solucionarlo ha agrandado más las heridas y, según cómo se actúe tras la sentencia, puede ser mayor. Pedro Sánchez dijo ayer que no contempla para nada una coalición gubernamental con Podemos y, por tanto, si los diputados de Pablo Iglesias no dan un paso atrás, será prácticamente imposible evitar los comicios, por mucho que PNV, ERC o la misma JxCat se avengan a negociar. Los votos de los podemitas son imprescindibles si no se opta por convencer a las derechas de Cs y PP de que la “emergencia nacional” vale su abstención. Ambos partidos ya se han negado en reiteradas ocasiones a esta investidura por omisión y en 20 días será difícil que cambien de opinión. El por qué el presidente en funciones prefiere jugar a la ruleta rusa de unas nuevas elecciones solo lo sabe él y sus asesores, pero a buen seguro que las encuestas, que le son favorables, han jugado un importante papel. En todo caso, Sánchez sigue mostrándose como un gran estratega y un gran superviviente, pero sigue faltándole talla de estadista. Repetir elecciones es un fracaso.

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