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Los países celebran su fiesta nacional como expresión colectiva de su realidad, como celebración de su historia y su trayectoria o también como reivindicación de una aspiración a decidir su propio futuro y convertirse en Estado en los casos en que no lo han conseguido. De todo tiene la Diada de Catalunya que celebramos hoy, que incluso en la clandestinidad del franquismo mantuvo el carácter de expresión de una nación y que históricamente durante los años de la transición afrontó un debate sobre el tono festivo o reivindicativo de la celebración, y no es ocioso recordar que en los años del pujolismo las manifestaciones independentistas que cerraban la jornada eran absolutamente minoritarias. Todo cambió en 2010 con la sentencia contra el nuevo Estatut y la multitudinaria manifestación de respuesta del 10 de julio, que se prolongó en la Diada con menos asistencia pero un grito unánime de independencia, y con el hito de 2012 y el record de manifestantes bajo el lema “Catalunya, un nuevo estado de Europa”. Desde entonces se han sucedido las manifestaciones multitudinarias, fue cambiando la postura del catalanismo moderado hasta abrazar el independentismo a la par que se iban descolgando de las celebraciones primero la derecha española, luego los socialistas y este año también los comunes, pero el leitmotiv de la celebración ha sido siempre la reivindicación de que la independencia es la aspiración de los catalanes y la solución a sus problemas como país. Este año llega la Diada con un clima especial, tanto porque siguen encarcelados o en el extranjero los dirigentes del procés, como por la proximidad de la sentencia y también porque los dos principales colectivos independentistas, ERC y JxCat, han mantenido posiciones diferentes, defienden estrategias separadas, insinúan respuestas propias a la sentencia del Supremo e incluso en algún caso se esboza alguna autocrítica a un proceso que prometía la independencia exprés con el apoyo de la mitad de la población. Cuando tantas voces reclaman unidad es síntoma de que no existe con la solidez deseada, pero también habrá que reflexionar si no es más necesario que haya grandes consensos en lo fundamental y que cada grupo pueda defender su propia estrategia sin ser acusado de “botifler o traidor”. Vivimos tiempos de excepcionalidad y sería bueno abrir periodos de reflexión y que unos y otros sean capaces de plantear propuestas. Bona Diada.

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