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Cantaba Raimon que “en mi país la lluvia no sabe llover: o llueve poco o demasiado, si llueve poco es la sequía, si llueve demasiado es la catástrofe”, y lo hemos vivido en Les Garrigues y el Pla d’Urgell y también en la Conca de Barbera en apenas unas horas, en que hemos pasado de la sequía a la devastación producida por una “llevantada” que desgraciadamente tiene precedentes históricos. Cayeron más de 200 litros por metro cuadrado en unas horas y ante semejante diluvio el agua campa a sus anchas, arrastra lo que encuentra y convierte ríos o rieras prácticamente secos en torrentes imparables dejando una imagen desoladora. Podemos lamentarnos ahora de que los cauces no estaban suficientemente limpios, que no se había invertido en infraestructuras preventivas o que las comunicaciones son insuficientes, y probablemente es cierto pero también lo es que ante la magnitud del temporal y la intensidad de las lluvias era complicado paliar los posibles daños. En esta ocasión se habían decretado las alertas y se había avisado de la llegada de la gota fría, pero desgraciadamente hay que lamentar víctimas personales con un muerto y cinco desaparecidos, además de cuantiosos daños materiales, en pueblos, en carreteras, en vías férreas, en empresas donde no pudieron trabajar y sufrieron diversos estragos y también en la agricultura. La imagen de ayer en las comarcas afectadas era de devastación y desolación, pero también de solidaridad entre los vecinos para limpiar, restaurar e intentar recuperar la normalidad. Y en ello también tienen que volcarse las administraciones públicas como prometieron ayer. Diálogo Las dos principales organizaciones patronales de Catalunya, Foment del Treball y Pimec, suscribieron ayer un manifiesto para pedir diálogo a las administraciones públicas como forma de asegurar el progreso y la paz en Catalunya, condenando sin paliativos la violencia y resaltando que corresponde a la clase política, y no a la justicia, liderar la conducción de este conflicto a un escenario de pacto. No queda otra que adherirse y esperar que escuchen quienes tienen que decidir.

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