EDITORIAL
Más que un partido
En vísperas del partido de fútbol más importante del año, es recomendable acudir a los clásicos y nadie mejor que Vázquez Montalbán, que definió en tiempos difíciles al Barça como el ejército desarmado de Catalunya para recordar otra de sus reivindicaciones, que era asumirlo como “una religión sin cielo, ni infierno, o con cielos e infiernos relativos: el cielo es ganar al Real Madrid y el infierno sería perder contra el Barbastro”. Y en aquellos tiempos menos gloriosos de los azulgranas en el siglo pasado añadía que, siendo del Barça, “tenemos ambos extremos asegurados y por eso creo en el Barça y en un par de cosas más que no vienen a cuento”. Su reflexión sigue siendo vigente y habrá aficionados barcelonistas que creen, esperan y desean la independencia de Catalunya, otros que se sienten cómodos en el marco español y hasta habrá gente que le da prioridad al conseguir el cielo de derrotar al Madrid por encima de otras consideraciones. Y todos han convivido y conviven, conscientes de la importancia del Barça como elemento integrador y aglutinador, y ansiosos también por conquistar el cielo ante el Madrid, el enemigo de toda la vida y también el que en cierto modo justifica la misma esencia del Barça. Como cada año, la expectación generada por este “más que un partido” es inusitada y se ha visto multiplicada por la convocatoria del llamado Tsunami Democràtic, que a estas alturas no se sabe muy bien en qué consiste, pero que intentará transmitir a todo el mundo la reivindicación de una parte de Catalunya en favor de la independencia. Es legítimo y hasta lógico que se aproveche una audiencia millonaria, calculada en seiscientos millones de telespectadores, para transmitir su mensaje, y hay que respetar el derecho de manifestación de todos siempre que no altere el derecho de los demás a disfrutar de un evento deportivo, y en este sentido hay que confiar en que no se interfiera en el partido de fútbol. A estas alturas están más que demostradas las interrelaciones entre deporte y política, y nadie debe rasgarse las vestiduras porque se aproveche un partido de fútbol para lanzar un mensaje político, pero también hay que reclamar que en cuanto empiece a rodar la pelota, se viva un partido de fútbol con toda la pasión que cada uno quiera poner, pero circunscrito a las reglas deportivas. Lo contrario sería hacerle un flaco favor al Barça y tampoco sería un buen altavoz para ninguna causa política.