EDITORIAL
Ayudas en cuentagotas
La factura de la DANA que azotó Lleida el pasado mes de octubre supera ya los 31 millones. La Generalitat avanzó que ha destinado 8,8 millones a arreglar los daños. Por su parte, la Confederación Hidrográfica del Ebro ejecuta diversas actuaciones valoradas en 600.000 euros para recuperar los cursos del Gorg, Set, Ondara y la Femosa. Asimismo, Adif trabaja en la restitución de la línea del tren de la costa, de un importe de 20 millones. La Diputación ha invertido 300.000 euros en actuaciones de emergencia en carreteras y aportará un millón para la reparación de caminos, principalmente. De momento, la mitad de la factura de esta gota fría está por abonar y por muy entendible que sea que los trámites y los protocolos de estas administraciones tienen unos plazos de pago que hay que respetar, también lo es la acuciante necesidad que tienen los municipios de recuperar servicios básicos, caminos y carreteras, porque de ellos depende su quehacer diario y buena parte de sus actividades económicas. Ante los desastres naturales, todo el mundo promete actuaciones inmediatas y, en demasiadas ocasiones, las ayudas tardan más de la cuenta en llegar. Acelerar esta burocracia sería lo más conveniente.
Precaución, pero huir del alarmismo Por mucho que toda la comunidad médica diga por activa y por pasiva que las mascarillas no son necesarias para ir por la calle en la lucha contra el coronavirus, muchos ciudadanos las compran o llegan incluso a robarlas de hospitales de Barcelona para hacer acopio de esta protección que solo es necesaria para personal sanitario y en personas infectadas. El Covid-19 es una enfermedad muy parecida a la gripe, de hecho mucho menos mortal aunque más contagiosa, pero la Organización Mundial de la Salud dio una alarma mundial porque es nueva y, por tanto, no tiene aún ni vacuna ni tratamiento específico. Este es el único peligro del coronavirus, que se extendiera de tal forma que colapsara los servicios de salud. Por tanto, precaución total, alarmismo ninguno. La psicosis colectiva puede perjudicar mucho más a la sociedad que el propio Covid-19.