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De las muchas lecciones que nos ha dejado la Covid-19, personales y colectivas, una de las más dolorosas ha sido que hay algo peor que la muerte, y de ello dan fe las familias de los 240 fallecidos por coronavirus contabilizados en las comarcas de Lleida desde el 17 de marzo. Todos pasaron a formar parte de la estadística sin haber tenido siquiera un funeral, sin un adiós. Para sus allegados, esta deshumanización de la muerte ha complicado el proceso de duelo. En muchos casos, ni siquiera pudieron estar en el cementerio cuando se les dio sepultura. El estricto confinamiento llegó a limitar a solo tres personas el acompañamiento. Ni besos, ni abrazos, ni el acompañamiento de allegados o amigos. Adioses virtuales en los muros de Facebook y en los grupos de WhatsApp que supieron a nada. El personal sanitario tampoco escapó a esta angustia, más bien al contrario, tuvieron que enfrentarse a una pandemia jamás predicha ni vivida por ninguno de los médicos, enfermeros, ni personal sanitario en general en activo y, además de ver morir a miles de personas sin apenas poder hacer nada para evitarlo, fueron ellos y ellas los encargados de dar el último acompañamiento vital a los enfermos. Aún es pronto para analizar lo que estas muertes masivas y solitarias han comportado en la sociedad, pero a medida que se han levantado las restricciones van sucediéndose las ceremonias en recuerdo de estas personas que se convirtieron en simples números. Pero tenían nombre y apellidos. Tenían una vida y unas familias, algunas de las cuales recibieron ayer en la capital del Segrià el merecido homenaje a su memoria. Tiempo habrá también, cuando el coronavirus no sea ya un riesgo vital, de hacer un repaso de las cosas que se han hecho bien y las que requieren una mejora urgente, y en estos parámetros sin duda la salud pública y las residencias de ancianos tendrán un papel protagonista, pero el duelo de los seres queridos que se fueron en un abrir y cerrar de ojos, como si de un mal sueño se tratara, merecen el acto de ayer y los muchos que ya se han hecho en cada rincón del mundo donde el virus ha arrasado. Josep Maria, Ramon, Magda, Enric, Jordi, Fidel, Florència, Mari Paz, Jaume, Ramona, Emília, Agustina, Albert, Joan, Marisol y, en Lleida, hasta 240, y en el mundo entero hasta medio millón de personas que, por fin, como se visualizó ayer en la Mitjana, descansarán en paz.

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