EDITORIAL
Como si no pasara nada
Con 64 horas de retraso sobre los planes iniciales, a las 16 horas de ayer empezó el nuevo confinamiento para Lleida ciudad y seis pueblos del Segrià, tras la exclusión de Massalcoreig, después de un rifirrafe judicial que ha vuelto a dejar a todos en entredicho y que confirma la escasa eficacia del confinamiento perimetral diez días después de su puesta en marcha. Los casos siguen subiendo, aunque afortunadamente el porcentaje de hospitalizaciones parece controlado porque la sintomatología es menos grave, pero sigue sin controlarse la situación de los temporeros y sintecho y ayer la carpa instalada para su confinamiento estaba vacía mientras seguían deambulando por calles de la ciudad en busca de un trabajo que ya no encontrarán. Será un golpe duro para la hostelería, el comercio y el conjunto de la economía sin que las ayudas prometidas parezcan más que un pequeño paliativo y crece la indignación entre la ciudadanía ante unos gobernantes tan sorprendidos como desbordados por la situación. Hemos visto como nadie actuaba ante los avisos de que llegarían temporeros y sintecho, y una consellera hasta admitió que no conocía la problemática, como se daba todo por controlado mientras comarcas vecinas volvían a fase 2, como se nos engañaba con los confinamientos y unos decían que estaban descartados mientras al día siguiente otros lo aprobaban, se ha dejado en ridículo a una consellera y su equipo, se ha menospreciado a alcaldes, al de Lleida y a los de la comarca, que no han sido informados, ni escuchados, hay contradicciones sobre si hacen falta o no rastreadores, hay profesionales que en privado reconocen el hartazgo por la arbitrariedad de algunas decisiones políticas, hay una batalla abierta entre los socios de gobierno, que hasta hacen sus convocatorias por separado, hay falta de medios y exceso de propaganda y hasta una sensación de desamparo que los políticos locales procuran evitar para no caer en el anatema del leridanismo. Pero aquí nadie protesta, ni mucho menos se plantea dimitir como forma de protesta, para mostrar su discrepancia o siquiera para llamar la atención sobre la cuestión. En junio del 92 ya había problemas con los temporeros y el entonces alcalde de Fraga, Francisco Beltrán, dimitió entre lágrimas como protesta por la ineficacia de la administración central, también del PSOE, tras una agresión racista a temporeros. Se convirtió en un referente moral y ético.