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Lejos de solucionar el problema, los sucesivos cortafuegos que buscaban impedir que la actuación del rey emérito salpicara a la institución monárquica, petición de perdón tras el viaje a Botswana, abdicación, retirada de asignación o ahora abandono del país, se han convertido en argumento de peso para plantearse su misma pervivencia. Las monarquías que han sobrevivido a sus raíces medievales lo han hecho porque se han adaptado a los nuevos tiempos y han reforzado su papel como símbolo del país, como institución de servicio a sus ciudadanos, y sobre todo por la ejemplaridad de sus representantes, de forma que fueran valorados, aceptados y en algunos casos incluso queridos, y que además resultaban útiles para la estructura del Estado y su funcionamiento. Sería mezquino negar que la monarquía española ha jugado un papel positivo durante la transición y es evidente que Juan Carlos supo hacer olvidar el origen franquista de su designación y apostó por la democratización del país convirtiendo en “juancarlistas” a muchos republicanos, pero también es evidente que en sus últimos años de reinado ha vuelto a la peor tradición de los borbones. Con una vida disipada en viajes y cacerías mientras los españoles atravesaban la peor crisis económica, permitió las corruptelas de su yerno que ha acabado en la cárcel y él mismo se convirtió en sospechoso de prácticas irregulares como el cobro de comisiones o la disposición de fondos en paraísos fiscales. Ha dilapidado la ejemplaridad exigible al símbolo de la monarquía y la misma institución se ve resentida cuando falla el pilar que la justifica y le da sentido ante los ciudadanos. Para salvarla se han recurrido a los cortafuegos para intentar dejar a salvo la imagen del actual monarca, pero también está faltando transparencia, y así la renuncia a la herencia llegó con el inicio de la pandemia, y cuando ya se había publicado en diarios extranjeros. Ahora la salida del rey emérito tampoco ha merecido mayores explicaciones a los ciudadanos, considerados súbditos en una concepción decimonónica del régimen que no es sostenible en estos tiempos. Con su exilio en República Dominicana, o donde quiera que haya ido, no se soluciona el problema, ni la quiebra de confianza que ha provocado, y tampoco se asegura la estabilidad que supuestamente debería ofrecer la institución. Más pronto que tarde hay que preguntar a los españoles si quieren monarquía o república.

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