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La pandemia del coronavirus ha vuelto del revés la economía mundial. Uno de los sectores que han quedado más tocados es el de la hostelería, el ocio y la restauración. Las restricciones que se imponen para frenar la Covid han cambiado nuestra manera de viajar y de disfrutar de las vacaciones. Con los aviones en tierra y el miedo al contagio, el turismo ha decidido apostar por la proximidad y por los destinos de naturaleza. Así, mientras los grandes hoteles de las zonas costeras no han abierto este verano porque no les compensaba y Barcelona se mantuvo extrañamente vacía, el Pirineo rozó el lleno absoluto. No ha sido cuestión de suerte. Desde hacía muchos años el sector trabajaba una marca que ahora es percibida como una garantía sanitaria. Una recompensa al esfuerzo en un momento especialmente delicado. Si remontar un mes de julio para olvidar y conseguir una cifra de casi 600.000 pernoctaciones durante el verano que dejaron 1,6 millones de euros al territorio era meritorio, este puente ha seguido la racha. Aunque las predicciones meteorológicas no invitaban al optimismo, las setas han actuado, una vez más, como reclamo y el Pirineo ha vuelto a rozar el 90% de la ocupación. Unas cifras que invitan al optimismo, sobre todo porque el sector, lejos de apoltronarse, se reinventa una y otra vez. Así, ya hay casi tantas plazas en pisos de uso turístico como en los hoteles de Lleida. Actualmente hay 3.459 pisos turísticos, que suman 19.025 camas, unas 1.800 más que en 2019, según datos de la Generalitat, mientras que el total de camas de hotel es de 19.810.

Según Charles Darwin, lo que determina que una especie sobreviva no es que sea la más fuerte, ni la más rápida, ni la más inteligente, sino que se adapte bien al cambio. De ahí que sea tan importante el reciente anuncio del conseller de Políticas Digitales y Administración Pública, Jordi Puigneró, que presentó el proyecto de despliegue de la red de fibra óptica de la Generalitat en las comarcas del Pallars Sobirà y la Alta Ribagorça por un valor de 7,8 millones de euros. Sin unas buenas comunicaciones, tanto por lo que respecta a infraestructuras como a tecnología, la marca Lleida perdería fuelle. Un lujo que, ahora más que nunca, no nos podemos permitir.

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